[Berlín 2013] El granjero y la pornstar

La rusa 'A Long and Happy Life' brilla en una jornada en la que Shia LaBeouf con 'The Necessary Death of Charley Countryman' y el biopic de la estrella del cine x Linda Lovelace acapararon la atención. Por NANDO SALVÁ (Berlín)
[Berlín 2013] El granjero y la pornstar
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[Berlín 2013] El granjero y la pornstar

Sin duda, la película rusa A Long and Happy Life es lo mejor que el concurso de la Berlinale ha ofrecido hasta el momento. Mientras cuenta la historia de un granjero que, presionado por sus empleados, se resiste ante la expropiación de su tierra –tras la que se encuentran los intereses de un mafioso–, el director Boris Khlebnikov toma la radical decisión de retratar a los trabajadores como unos descerebrados egoístas, pero no lo hace por defender al capital sino como forma de elaborar su poderosa alegoría. En realidad, A Long and Happy Life ofrece una explicación muy clara de por qué hoy el mundo está como está: la capacidad obrera de unión y revolución ha sido aniquilada, la utopía proletaria ha muerto por completo a manos del capitalismo.

El principal reclamo de Gold es que se trata de un western teutón, y lo cierto es que, al menos durante un rato, tiene gracia contemplar a un grupo de cowboys que recorren a caballo el oeste americano, tocan el banjo, beben whiskey y hablan alemán. La idea del director Thomas Arslan es reflejar cómo la fiebre del oro de finales del siglo XIX en Norteamérica llevó a arriesgar sus vidas a muchos insensatos, que no conocían los peligros que su avaricia por llenarse los bolsillos con pedrolos de tan precioso metal podría conllevar. En otras palabras, Gold acaba siendo un relato de supervivencia al uso, correcto pero a ratos extremadamente monótono, que además copia sin demasiada vergüenza a otros westerns mejores. Como la vea Neil Young, que en su día compuso la banda sonora de Dead Man, se va a liar.

Que el título de The Necessary Death of Charlie Countryman no confunda a nadie: en realidad, no hay nada necesario en esta película, que Shia La Beouf rodó justo después de anunciar al mundo que no volvería a hacer cine en Hollywood –“En el sistema de estudios no hay sitio para los visionarios”, lamentaba— y justo antes de lanzarse a hacer porno con Lars Von Trier. El caso es que si este romance ambientado en el submundo de Bucarest, lleno de mugre de diseño y de paletadas del realismo mágico más irritante, no resulta ser la peor película a competición en Berlín este año, si todavía nos esperan momentos aún más desagradables en el cine, vamos apañados. Su responsable, Fredrik Bond, procede del campo del videoclip, y eso precisamente es lo que es esta película. Su método es simple: cada vez que una escena pierde interés, hace que sus personajes corran a cámara lenta al ritmo de la música de Sigur Ros o M83 mientras, al fondo, la voz en off de John Hurt declama petulantes sentencias sobre el amor y la muerte. Puaj.

Presentada fuera de competición, Lovelace es, sorpresa, un biopic de Linda Lovelace, que saltó a la fama como protagonista de Garganta profunda (1972) y que años después confesó haber sido víctima de su marido y manager, Chuck Traynor, que la hipnotizó, la maltrató, la obligó a prostituirse e incluso la obligó a rodar aquel porno pionero a punta de pistola. La película recreada de forma impecable la estética de los años 70, pero sorprendentemente esquiva algunos de los aspectos más morbosos de la vida de la actriz, como la participación de Lovelace en Dogarama, película que incluía escenas de zoofilia; su inmersión en el integrismo cristiano a finales de la década; o su posterior activismo feminista. Pero peor aun que eso, sobre todo considerando que los directores Rob Epstein y Jeffrey Friedman son directores bastante radicales cuando les apetece, es esa factura de telefilme que Lovelace pasea.

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