'Baby God': El ginecólogo que inseminaba con su propio esperma

HBO estrena un documental sobre el escalofriante caso del Dr. Quincy Fortier que, durante 30 años, diseminó su material genético por todo Las Vegas.
El documental 'Baby God'.
El documental 'Baby God'.
Cinemanía
El documental 'Baby God'.

Habrá quien diga que no necesita que le hagan un dibujo (¡ja, ja!), pero el resto de la Humanidad sabe perfectamente que procrear no es siempre una tarea sencilla. En algunos casos, el problema se resuelve con la inseminación artificial, es decir colocando en el útero los espermatozoides del padre, o de un sujeto anónimo, en el caso de que los primeros no sirvan. Hasta aquí, lo que ya sabíamos.

Lo que igual no se nos pasó nunca por la cabeza es que pudiera haber un médico que, por motivos que no seríamos capaces de calibrar, decida, de motu proprio y sin comunicárselo en ningún momento a los interesados, inseminar con su propio esperma, y no una sola vez, sino en cientos, quizás miles, de ocasiones, tal y como se está descubriendo gracias a las cada vez más perfeccionadas pruebas de ADN.

Esto es lo que, a ciencia cierta, ocurrió en Las Vegas, a lo largo de más de tres décadas, de la mano del siniestro Dr. Quincy Fortier, que falleció en 2006, llevándose a la tumba sus tenebrosos secretos. Principalmente, el por qué decidió esparcir su semilla por todo Nevada, cual copitos de nieve navideña. Nadie lo sabe. 

Aunque lo peor, sin duda, es que al final de Baby God, el documental de HBO con el que debuta la realizadora Hannah Olson, se nos informa de que Fortier no es un caso aislado: hubo más ginecólogos a los que se les fue la manita. Pero centrémonos en este, que no tiene desperdicio...

El extraño caso del doctor Fortier

Como decíamos, innumerables pruebas de ADN han podido determinar que Fortier utilizó sus propios espermatozoides para inseminar con grandísimo éxito a sus pacientes, en lugar de los de los propios padres, tal y como en principio se había acordado con un confiado apretón de manos. Baby God nos recuerda el escaso control que se daba en la época, cuando no existían bancos de esperma ni se podían congelar convenientemente las muestras.

Como atestigua una de esas madres engañadas, nuestro mad doctor las dejaba con las piernas abiertas mientras entraba y salía de la sala, para hacer sus tejemanejes y dar el cambiazo al más puro estilo Mortadelo y Filemón. Hacia el final de su vida, ese ir y venir ya levantó sospechas. Fue acusado, salió en la prensa, pero en Nevada a nadie se le había ocurrido dictar ninguna ley para prevenir que alguien pudiera tomarse tan magnas libertades. 

Nadie pensó que un ginecólogo pudiera repartir su esperma, como si estuviera “donando su propia sangre”, por citar la desafortunada expresión de una de sus hijas, decidiendo por su cuenta que su semen era mejor –sin duda más efectivo– que el de sus clientes.

Enterarte de que tu padre no es tu padre, sino ese tipo siniestro con bata blanca que asistió a tu madre, no es algo que se asimile así como así. En el momento del actual efecto cascada, los traumas causados por Fortier son variados en su infinita gama. El documental cita unos pocos (“nunca me sentí muy conectado a mi padre”), aunque también presenta a una madre, ya de edad avanzadísima, que, con el marido muerto y enterrado desde hace décadas, le quita hierro al asunto, diciendo que, de otra forma, no hubiera tenido nunca a su hijo, que está ahí, de cuerpo presente, pero sin saber muy bien qué pensar de todo el asunto. Una desorientación con la que es fácil identificarse.

Un documental marca HBO

Con la profesionalidad habitual del documental estadounidense en general, y del que suele facturar HBO en particular, aunque de manera algo dispersa, Baby God –no confundir con Baby Yoda, ese es Grogu– combina filmaciones caseras, imágenes de archivo, infografías añejas de reproducción asistida, y entrevistas con algunos de los muchísimos afectados por el caso, todos inquietantemente parecidos –con la misma mirada acuosa azul, y esa inconfundible nariz aguileña–, además de con colaboradores y familiares de Fortier.

Olson tiene también sus debilidades herzogianas: en los márgenes de la información convencional, la cámara no vacila en detenerse en los detalles más freaks de los entrevistados, sobre todo en lo que respecta a los dos excolaboradores de Fortier. Cuando uno de ellos busca en su móvil la foto de un óvulo atrofiado para ilustrar sus explicaciones, lo que vemos, mientras pasa el dedo por la pantalla, es un tanto particular. 

Lo mismo cuando otro ex colaborador nos informa de que una de las muchas plantas que cultiva con mimo da frutos que parecen “penes de hipopótamos”.

La resaca mental que te deja 'Baby God'

Hablábamos del misterio, y lo cierto es que nunca sabremos con qué ecuación mental Fortier resolvió que tenía que eyacular sin descanso, de forma tan sistematicamente censurable y a lo largo de tanto tiempo. Nos lo podemos imaginar paseando, armado de una sonrisilla de paternal satisfacción, por esa ciudad no tan grande en la que constantemente se iría cruzando con gente, de todas las edades, en cuyos rostros reconocería la marca de la casa.

El título de Baby God va en esa dirección: Fortier jugó a ser Dios. Aunque no dejan de ser conjeturas, todo parece apuntar a que, más que actuar sin pensar en las consecuencias, o actuar a pesar de las consecuencias, su deseo era esparcir su semilla por el mundo, con el secreto anhelo de llegar al máximo de sus posibilidades en ese sentido. En una entrevista para el Star Tribune de Minnesota, la directora confirma su visión: “Creo que actuó movido por una combinación de ego y de poder”.

El misterio sigue intacto, pero lo que más podría preocuparnos serían esas consecuencias que el documental apenas aborda. Vemos desfilar todos esos rostros consternados. Pero, ¿qué ocurre si dos hermanastros de mirada marina y nariz ganchuda se conocen, se enamoran y se ponen a procrear? ¿Cuáles serían, o más bien han podido ser, las consecuencias de estos encuentros que podrían haberse multiplicado exponencialmente a lo largo de tres décadas? ¿No hay ahí una tara de incalculables consecuencias? ¿Un posible efecto piramidal?

Las Vegas es un no-lugar extraño, menos glamuroso de lo que aparenta desde fuera, más bien un poco Ghost World, poblado de rednecks que parecen medio tarados. Da miedo pensar lo que Fortier podría haber tenido que ver con la deriva genética de la ciudad. El tabú del incesto violado hasta el infinito y más allá, pues ya se sabe que, cuando dos personas se conocen, no todas se sienten atraídas por lo contrario. Algunas prefieren lo que más se les parece. 

Baby-God puede resultar medianamente satisfactorio durante su visionado, pero crece en la cabeza del espectador a base de preguntas sin respuesta y elocubraciones malsanas.

Hannah Olson, que descubrió el caso mientras trabajaba, como realizadora y productora, en una serie sobre los antepasados de las celebrities de hoy –Finding Your Roots with Henry Louis Gates, Jr (PBS)–, parece obsesionada con el origen de todas las cosas. Su próximo documental va de los orígenes de la actual pandemia. No en China, sino a bordo del Diamond Princess, el Titanic del coronavirus. Después de este pequeño Baby God, le daremos la oportunidad de volver a sorprendernos.

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