Cannes 2022 | Albert Serra pasa como una ola por encima del thriller colonial en 'Pacifiction'

El cineasta catalán apunta a la Palma de Oro o premio de interpretación para Benoît Magimel con un antithriller polinesio.
Pacifiction
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Cinemanía
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La presencia de Albert Serra en la competición oficial del Festival de Cannes no solo era ya en sí un triunfo para la dedicación irredenta del cineasta catalán a hacer un tipo de cine con el público y gran parte de la crítica de espaldas, sino también la esperanza de que una de las candidatas a la Palma de Oro podría mostrarnos algo diferente. Pacifiction cumple ese deseo de sobra manteniéndose dentro de los raíles de la filmografía del cineasta catalán.

Serra es un habitual de la Croisette desde que irrumpió en la Quincena de Realizadores con Honor de cavalleria (2006) y El cant dels ocells (2008); posteriormente, el festival proyectó La mort de Louis XIV (2016) fuera de competición e incluyó Liberté (2019) en Un certain regard. Con Pacifiction es la primera vez que opta a la Palma de Oro, cuando ya tiene el Leopardo de Oro del Festival de Locarno por Historia de mi muerte (2013). 

Precisamente son Historia de mi muerte y La mort de Louis XIV dos títulos con los que Pacifiction guarda estrecha relación al centrarse en la figura decadente de un protagonista masculino –Casanova, el rey Luis XIV– cuyo pedestal de privilegios va erosionándose a medida que avanza el pausado discurrir de un metraje de grandes dimensiones e imágenes sublimes. 

En este caso esa figura central es un diplomático francés instalado en Tahití. Lo interpreta Benoît Magimel con una descomunal presencia escénica que apunta a su segundo premio de interpretación en Cannes (el primero lo ganó por La pianista en 2001). Se trata de un hombre poderoso habituado a la existencia apacible de la explotación, a quien veremos tambalearse –nunca muy explícitamente, pues el cine de Serra siempre contiene una aniquilación del relato– a medida que se acumulan los problemas en el paraíso insular donde vive apoltronado.

Por un lado, crecen los rumores de que Francia va a volver a hacer pruebas nucleares en la Polinesia. El avistamiento de embarcaciones con tráfico de prostitutas lleva a sospechar la presencia de un submarino o barco de incógnito en las inmediaciones, por lo que la amenaza de que empiecen las explosiones va larvando entre las grietas de una narración especialmente afín a los tiempos muertos. 

El thriller de cocción lenta (o, más bien, antithriller, volviendo a esa idea de pulverizar las convenciones) se completa con las corruptelas cotidianas que el protagonista tiene en su agenda, apenas alteradas por la fascinación que empieza a desarrollar por una escritora que invita a su villa. Fieles del cine de Serra como el icónico Lluís Serrat (Sancho en Honor de cavalleria y feliz presencia imprescindible en el resto de la obra del catalán), Montse Triola o Marc Susini interpretan personajes secundarios que gravitan en torno a la fuerza insoslayable de Magimel.

Un producto amoral y decrépito del colonialismo parejo al que encarnó Philippe Noiret en Corrupción (1280 almas), en aquel caso en África, que no duda en reconocer que el mundo de la política es un sumidero de putrefacción amparado en la oscuridad, el ocultamiento y la degradación moral. Ahí conecta temáticamente Pacifiction con la orgía de los libertinos flácidos de la corte de Luis XVI en Liberté; también lo hace formalmente durante la primera hora de metraje, cuando todo lo que vemos de los protagonistas son sus conversaciones apagadas en un bar de alterne.

A partir de una excursión marítima en la que Magimel acude a observar olas –secuencia visualmente orgiástica a todos los niveles, con decenas de embarcaciones y gente apelotonada sobre el mar embravecido, que en su máximo delirio lleva a pensar en una acuática Mad Max: Furia en la carretera es cuando Pacifiction toma auténtico vuelo para no bajarse ya jamás de sus imágenes sensoriales y texturas febriles. 

En el cine de Serra la narración suele concentrarse en grandes bloques de sentido en vez de secuencias; estos se disponen uno junto a otro adoptando una composición ligeramente impresionista. En Pacifiction lo hace con un archipiélago de acciones y localizaciones que tienden a derramarse entre sí, invadiendo espacios y estados de ánimo. Como le demuestran obstinadamente al protagonista las irritantes visitas del exterior, no existe la posibilidad de ser una isla.

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