[58FICX] 'Le sel des larmes' es otro triunfo del método Philippe Garrel

La nueva etapa que el legendario cineasta francés emprendió con 'La jalousie' suma un nuevo capítulo en el que aborda la muerte de su padre.
'Le sel des larmes' (Philippe Garrel, 2020)
'Le sel des larmes' (Philippe Garrel, 2020)
'Le sel des larmes' (Philippe Garrel, 2020)

En la recta final de este espléndido Festival de Gijón celebrado online, a través de Filmin y de Festhome, por causas ajenas a la empresa, cosa que –dentro de lo malo que es no poder ver las películas en salas– ha acercado su extraordinaria programación a una cinefilia confinada por todo el país, tendrá otro momento estelar con el estreno en España de Le sel des larmes, que se presentó internacionalmente en aquella Berlinale de la antigua normalidad, ante el aplauso de buena parte de la crítica.

Aprovechamos la ocasión para anunciar que el festival lanzará un Zoom de 45 minutos de interesantísima charla con el más independiente de los cineastas franceses. La conexión pudo llevarse a cabo gracias a su pareja y colaboradora Caroline Deruas, ya que Philippe Garrel (París, 1948) no tiene ordenador, ni teléfono inteligente, ni ninguno de esos cachivaches electrónicos que supuestamente nos facilitan la vida, algo que cuadra perfectamente con el personaje.

'Le sel des larmes' y el método Garrel

En noviembre 2011, a Philippe Garrel le tumbaron un proyecto titulado La lune crevée, basado en un relato de Stendhal (San Francesco à Ripa), que tenía que haberse llevado a cabo con un presupuesto considerable y rutilantes estrellas. Pero el sistema francés ya no cuida a sus autores como antaño, y el proyecto no consiguió las ayudas necesarias para financiarlo.

Garrel, que ya había dirigido a grandes estrellas como Catherine Deneuve en Le vent de la nuit (1999) o a Monica Bellucci en Un verano ardiente (2011), no se vino abajo. Todo lo contrario. En apenas dos o tres meses, con la ayuda de sus colaboradores habituales –Deruas, el novelista Mark Chodolenko (con el que trabajaba desde Les baisers de secours, 1989) y Arlette Langmann (coguionista de la mítica A nuestros amores, de Pialat, entre otras)–, coescribió un guion minimalista, que se convertiría en La jalousie (2013), la película con la que perfeccionó un método de producción autosuficiente en el que se encuentra cómodo, y al que se ha ceñido hasta esta Le sel des larmes, una película tan aparentemente modesta y realmente emocionante como L'ombre des femmes (2015) y Amante por un día (2017). Más de lo mismo, y a la vez distinto.

El método acuñado con La jalousie consiste en ajustarse a un presupuesto limitado, rodando en apenas 20 días, en orden cronológico y montando sobre la marcha, siempre en localizaciones que no queden muy lejos. Garrel sigue rodando en 35 mm –igual que no tiene Mac, tampoco contempla pasarse al digital–, y en un deslumbrante blanco y negro (obra de Renato Berta, como las dos anteriores) –ya quisiera David Fincher–, que no le sale demasiado caro, porque filma en una sola toma, dos si algo salido mal, como un micro que aparece en el plano, también improvisado sobre la marcha.

'Le sel des larmes'
'Le sel des larmes'

Y si Garrel consigue rodar en una sola toma, o dos, es porque, además de tratarse de escenas sencillas, ha ensayado a lo largo del año precedente con los actores (una vez a la semana, preferentemente los sábados por la tarde), seleccionados, cuando son jóvenes y no se trata de familiares, entre sus alumnos de arte dramático, clases que imparte desde hace más de 20 años.

Louise Chevillotte, que ya protagonizó Amante por un día, también sale de ahí, como las otras dos chicas o el protagonista masculino, y así ha sido a lo largo de estas dos últimas décadas. Garrel es ante todo, por lo menos desde su punto de vista, un director que ama a los actores, empezando por su querido y añorado padre, el añorado Maurice Garrel, que falleció en 2011.

En el nombre del padre

Garrel ha sido siempre alguien muy, muy apegado a su padre. Desde que, de pequeño, le llevaba al teatro o a ver El desierto rojo (1964), desde que protagonizó sus primeros cortos, como Les enfants desaccordés (1964), cuando Philippe Garrel era “el cineasta más joven del mundo”, cosa de la que al menos se dio cuenta su admirado Godard, que le financió sus noticiarios alternativos en pleno Mayo 68 (ese increíble Actua I, cuyos planos reprodujo de memoria en Les amants réguliers).

Garrel ama a sus actores y adoraba a su padre, al que todavía pudo filmar en Un verano ardiente, su última película en color, y eso es algo que resulta muy palpable en Le sel des larmes, película en la que finalmente logra enterrarlo simbólicamente a través del personaje encarnado por André Wilms, un ebanista que quiere que su hijo llegue más lejos en la tradición familiar, y que construye un ataúd que, siempre simbólicamente, será el suyo propio.

André Wilms en 'Le sel des larmes'
André Wilms en 'Le sel des larmes'

Curiosamente, Wilms ya fue un alter ego del propio Garrel en Un castillo en Italia (2013), película que forma parte de otro ciclo autobiográfico, como el cine de Garrel, de Valeria Bruni-Tedeshi, ex de Louis Garrel, con la que tiene una hija en común. Pero ese detalle, como se ve en la entrevista, hasta el propio Philippe Garrel, siempre ensimismado en lo suyo, lo ha olvidado por completo. El caso es que Wilms encarna, en Le sel des larmes, a un personaje conmovedor, desbordante de humanidad, que sólo puede emocionarnos. Es el mejor de todos. El peor es el hijo.

En el nombre del hijo

Encarnado por el debutante Logann Antuofermo, el protagonista es un joven provinciano, que recuerda por cierto al de la muy garreliana Mes provinciales (Jean-Paul Civeyrac, 2018), y como (casi) todos los jóvenes va en busca del amor, cual Don Juan de pacotilla que, como manda la tradición, acabará encontrando su propio infierno.

Las andanzas de este Don Juan de saldo ilustran esas leyes de la atracción –A quiere a B, que quiere a C...– conocidas por todos. A todos nos han roto el corazón, al tiempo que también habremos roto otros corazones, sin probablemente ni siquiera percatarnos de ello. Pero lo que llama más la atención es lo mucho que Garrel se ensaña con él.

'Le sel des larmes'
'Le sel des larmes'

Aunque el cine de Garrel gira en torno a las vicisitudes del mundo de la pareja –la infidelidad, los celos...–, difícilmente encontraremos un personaje tan antipático, que tan ostensiblemente “la caga” en todas sus relaciones. Garrel insiste muchísimo en describirlo como un cobarde, e incluso como un desgraciado, cuando pasa de abrir la puerta de su casa a su propio padre. Luc, que así se llama el personaje, acaba siendo algo así como un paradigma de desastre con patas.

Polémica de una escena

Hay una escena particularmente flagrante en la que Luc sigue a una chica por la calle, un método que al principio de la película le ha dado buenos resultados, pero que en este caso termina con la mujer plantándole cara al sentirse acosada. Es típico que, en la actualidad, una escena como esta pueda terminar en malentendido, aunque nunca se protesta cuando uno de esos encuentros casuales goza de final feliz, como sin ir más lejos ocurre en Les choses qu'on dit, les choses qu'on fait, de Emmanuel Mouret, otra de las grandes joyas de esta edición del FICX.

En Le sel des larmes la escena no tiene otra función que subrayar el desprecio que Garrel siente por el personaje. Podríamos incluso llegar a pensar que se trata de un episodio de auto-odio, ya que el MeToo no sólo ha liberado a las mujeres, sino que también ha brindado a los hombres la maravillosa ocasión de hacer un ejercicio de autocrítica. El hombre, como la mujer, es un animal en constante evolución, y muchas de las cosas que en el pasado parecían admisibles no lo son tanto a la luz del presente. Todos tenemos algo de lo que arrepentirnos. Hay bastante de eso ahí. No cabe duda.

Por otro lado, no sería demasiado pertinente reprocharle a Garrel que no haga, en Le sel des larmes, una fidedigna radiografía de la fluida juventud del presente, ya que, como es sabido, se trata de un cineasta eminentemente nostálgico. Nosotros tenemos a Garci, ellos a Garrel, que cada cual saque sus propias conclusiones de la ecuación.

El pasado, siempre el pasado

Mucho se ha hablado del giro que supuso, en la filmografía de Garrel, que ya abarca más de medio siglo, el rodaje de L'enfant secret (1979), el retorno a una cierta ficción narrativa, y autobiográfica, después de una década de experimentaciones junto a Nico. Él mismo lo ha explicado de muchas maneras, que si pasó de leer poesía a leer novelas, que si finiquitada la relación con Nico, también la influencia de Warhol, o que si quiso fundar una familia (Louis nació un poco después, en 1983). En realidad, aunque las explicaciones se superponen, la realidad puede ser mucho más simple: cumplidos los 30, Garrel ya tenía un pasado.

Y ya se sabe que el pasado son recuerdos, y que con los recuerdos, pura ficción, se arma la narrativa. Como decíamos se trata de un cineasta eminentemente nostálgico. Nico, por ejemplo, se convirtió, de película en película, en el espectro con cadenas del primer gran amor. Hasta en Les amants réguliers, película en la que participó como actriz la maravillosa Caroline Deruas, sonaba todavía Venus, una canción anacrónica en el contexto de una película sobre Mayo del 68, que además suena muy ochentera. Pero Garrel es así de atemporal.

Garrel es un nostálgico y de la nostalgia surgen películas atemporales. Le sel des larmes no pretende ser un reflejo de la juventud del 2020, ni tiene ninguna obligación de serlo. En absoluto. Incluso la aparición final del poliamor, como otra amenaza al mundo binario de la pareja, explorado por Garrel en todo su cine, se nos antoja más una evocación de las utopías del pasado hippie que de la candente actualidad. En el mundo ensimismado, egocéntrico si se quiere, autorreflexivo y freudiano de Garrel, Le sel des larmes es una película sobre la traición al padre que implica la búsqueda del amor juvenil, presentado como algo vergonzoso, algo más de lo que arrepentirse en una vida hecha de lamentos y de desgarros.

La familia ausente, en este caso

Si Le sel des larmes cierra el ciclo del duelo del padre –tras cuya muerte, Philippe Garrel se sometió a seis meses de terapia, por una vez en su agitada vida, y rodó La jalousie–, llama la atención la ausencia del resto de sus familiares, cosa no demasiado habitual en su cine tan familiar como autobiográfico. Ni siquiera Deruas ha participado el guion, una ausencia que se presta a diversas interpretaciones (no faltará quien diga que aquí se ha roto la paridad de guionistas registrada en las películas anteriores del ciclo). Y tampoco están ni Louis, ni Esther, ni la prometedora Lena.

Al margen de interpretaciones maliciosas, este extremo podría estar ligado, por un lado, a que se trata de una película bastante sexual, aunque no explícita (hay una escena con dedito bastante curiosa), cosa que no invita a rodar con los hijos, y también a que la película tiene esa particularidad, bastante perturbadora, que forma parte del duelo, y tiene que ver con la culpa. Por lo demás, Le sel des larmes encaja perfectamente como otro capítulo más de la serie, con su escena de baile al son de Jean-Louis Aubert, exmiembro de Teléphone (banda mítica en Francia, poco conocida en nuestro país), con el que Garrel lleva colaborando desde La jalousie. Incluso hay un pequeño apunte político que conecta fugazmente la película con el presente.

Philippe Garrel
Philippe Garrel

Y también está el fantasma del suicidio, tantas veces evocado en un cine más instintivo que intelectual, confeccionado a base de rimas poéticas (a veces incluso autoparódicas), un suicidio evocado por el padre a propósito de su propio padre, que nos lleva a pensar a sus compañeros de esa generación perdida post Nouvelle Vague, de la que también formaron parte tanto Chantal Ackerman como Jean Eustache.

En estos casos de ilustres suicidas, al margen de cualquier consideración personal, como Garrel ha recalcado en alguna ocasión, estos míticos cineastas se encontraban en un momento de sus carreras en el que muy difícilmente podían llevar a cabo las películas que querían. Al contrario que Garrel, el cineasta de los amores atormentados –el último romántico, aunque él mismo lo niegue–, no habían encontrado su método para seguir rodando, y por tanto viviendo. Nos alegramos de que Garrel sí lo haya podido perfeccionar, porque el suicidio es una idea que siempre, siempre, se puede dejar para el día siguiente.

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