CINEMANÍA nº303

Especial Anime
Cinemanía nº303
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Cinemanía
Cinemanía nº303

1 SHERWOOD. Me arrepiento. En un momento de mi vida renegué de la animación. Escapé del influjo del anime. Me asusté. Pensé que iba a volver a enfangarme en una infancia mal entendida. Empalagado con el estreno anual de Disney que íbamos a ver al cine más por costumbre que por verdadera ilusión, la animación estorbaba en mi pedantísima cinefilia incipiente. Oliver y Benji me habían pillado ya talludito para el reenganche. Así fue como me perdí Akira. Y el “Prefiero ser un cerdo a ser un fascista” de Porco Rosso. Tuvo que pasar un tiempo, hasta bien entrados los 90, varios consejos de amigos, unos cuantos artículos en revistas como esta y alguna que otra velada animada con una guapa diseñadora con alma de ilustradora que, aunque se excusaba por adorar el Robin Hood animado del 73 (una de las películas más felizmente hippies de la historia, qué alegría, amigos, ah, qué día más feliz), siempre tuvo un sexto sentido para las estampas que rompían moldes. Ella me descubrió la gran ola de Kanagawa. Y entendí al fin el poder del ukiyo-e, la escuela de grabado nipón tradicional, el origen de todo, justo antes de entrar a ver La princesa Mononoke, mi reconciliación con la animación japonesa.

2 BRB. Qué injustos, incluso yo que veo series (como tú, como todos) por encima de nuestras posibilidades, reconozco que gran parte de lo que una generación aprendimos sobre la vida se lo debemos a las series de dibujos animados. En casa, en la tele, porque el cine de animación en los 70 y los 80 (y ya ni hablamos antes) se limitaba a uno o dos grandes largometrajes al año, y poco más. Aprendimos a reír con los Looney Tunes, el Pájaro Loco de Walter Lantz, la Hormiga (¿una y más o aún hay más?) Atómica y el resto de cartoons norteamericanos. Empezamos a entender la aventura a ritmo del Sancho-Quijote, Quijote-Sancho de Cruz Delgado y lo confirmamos con el quinteto de Claudio Biern Boyd y su BRB Internacional, qué cinco joyas seguidas para las sobremesas del fin de semana: Ruy, el pequeño Cid; D’Artacan, Willy Fogg, el Naranjito de Fútbol en acción y David, el Gnomo. Y, más importante aún, apuntalamos nuestros resortes sentimentales viendo series de animación japonesas. No te vayas, mamá.

3 PRINCESAS. A mí me iba más la marcha de Mazinger Z, sí, pero millones de niños en España y todo el mundo cincelaron su corazoncito viendo Heidi y Marco. De ahí venimos. Nuestra formación emocional tiene que ver con unos señores que, desde donde nace el sol, pintaron los Alpes, los Apeninos y los Andes. Aprendimos a romper a llorar con sus ojazos, y el concepto de abuelo no sería el mismo sin aquel chute semanal de colores. Nos gustarán más los altos vuelos de Miyazaki o el rollo punk de Ôtomo, o el imaginario ci-fi de Oshii, pero yo le debo parte de mi forma de entender la vida a Isao Takahata, creador de esas dos series: por eso me gusta recordar la historia del socio de Miyazaki en Ghibli, el otro. Director, entre otras, de la única película que no está en nuestra lista de 50 joyas que me atrevo a recomendar, Mis vecinos los Yamada, esa familia encantadora de tira cómica, nuestros Ulises del TBO japoneses. Primera película 100% digital del estudio, planteada así para alcanzar mejor el efecto expresivo de las acuarelas, es una pequeña obra maestra que te hace enamorarte de un país.

El descalabro en taquilla del filme dejó tocado a Takahata, que tardó mucho en volver. No era dibujante, lo suyo eran las historias, así que no regresó hasta que no encontró el relato adecuado, 14 años después. Lo hizo por la puerta grande: El cuento de la princesa Kaguya, nominada al Oscar, la película más larga de Ghibli y la producción más cara del cine japonés hasta entonces. Tres argumentos de peso que ahuyentarían a un cinéfilo de culto, pero que dieron vuelo a una película hermosa y melancólica, la triste historia de la hija de la luna fue su última película antes de morir. En la aparentemente ligera película de los simpáticos Yamada, la niña pequeña de la familia se identifica con la princesa del bambú, Kaguya. En aquel fracaso aparente estaba el origen de su éxito final, de su despedida del cine. Y también un primoroso homenaje al poder de la tradición que, en nombre de todo el anime, rinde Isao Takahata a la ola de Kanagawa pintada por Hokusai. Ahí empezó todo.

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