Sacro Gra

Que Sacro gra lograra la hazaña de convertirse en el primer documental que gana el León de Oro no debería llevarnos a engaño. Pese a que su título funciona a modo de pomposa referencia al Santo Grial para sugerir la búsqueda de un algo profundo, esta película es un asunto más bien nimio que no necesariamente justifica los dos años de trabajo de campo que, al parecer, el director Gianfranco Rosi pasó en los alrededores del Grande Raccordo Anulare, la enorme autopista que rodea Roma.

Entre la galería de pintorescos personajes que la película retrata hay un aristócrata –al menos eso dice ser él– que alquila su hortera villa a equipos de rodaje, un par de prostitutas transexuales, un paramédico, un pescador de anguilas y un hombre que trata de evitar que los insectos devoren las palmeras. Las viñetas que componen son a ratos divertidas, a ratos hasta emotivas y a menudo prescindibles. No parece haber un elemento unificador entre ellas que nos explique por qué todas esas personas aparecen juntas en una película o por qué debería importarnos, de manera que en última instancia funcionan como arbitrarios figurantes en este escaparate de morralla urbana. En otras palabras, Rosi se limita a recrearse y divagar, y apenas se preocupa por compensar la falta de tesis con verdadera miga dramática o estética. Debemos contentarnos con contemplar la pobreza o la marginalidad de esas criaturas y detectar un humor absurdo y tragicómico en su comportamiento.

Y, en última instancia, hay algo perversamente condescendiente en esa estrategia: ofrecer entretenimiento a los espectadores de clase media a costa de las miserias de unos pobres desgraciados. Al menos Callejeros es para todo el mundo y no sólo para la cinefilia gafapasta.