Crítica de 'La monja II': el demonio blasfemo Valak pierde fuerza

Imagen de 'La monja II' con la hermana Irene (Taissa Farmiga) sintiendo de nuevo a Valak
Imagen de 'La monja II' con la hermana Irene (Taissa Farmiga) sintiendo de nuevo a Valak
(Warner)
Imagen de 'La monja II' con la hermana Irene (Taissa Farmiga) sintiendo de nuevo a Valak

El universo Expediente Warren prosigue con su evolución, ramificaciones y conexiones y La monja II constituye su novena entrega desde que comenzó a desarrollarse hace una década. Si la primera película dedicada enteramente al demonio blasfemo y profanador tenía lugar en Rumanía en 1952, su secuela directa transcurre en 1956 y principalmente en Francia.

Valak, la turbadora entidad salida del infierno, fue derrotada en la abadía, pero no destruida del todo al poseer, como dejaba claro el cierre del filme anterior, a Maurice, el francés trotamundos que ayudó al padre Burke y a Irene, una joven monja con visiones. El Vaticano encarga a la religiosa que investigue un caso que apunta a guardar relación con el mal que surgió en la abadía rumana, e Irene pronto descubre que su amigo corre serio peligro. Mientras Irene y su compañera, la hermana Debra, analizan los hechos, algo oscuro empieza a cobrar presencia en el internado femenino en el que trabaja Maurice.

'La monja II': crítica

Valoración:

En el cine de terror la sugerencia puede brotar por tantos cauces como tipos de aficionado existen. Aunque no fue precisamente bien recibida, La monja (Corin Hardy, 2018) activaba la afinidad del que supiera apreciar sus conceptos y su planteamiento (el mal presente en una abadía de la Rumanía profunda; el sacerdote y la novicia que investigan lo sucedido), la ambientación y sus detalles y la carga de horror proyectada por el demonio Valak. Estos alicientes pierden vigencia en una secuela en la que la sombra de la decepción está casi siempre presente en el entretenimiento y en los momentos vistosos.

Un momento destacado de 'La monja II'
Un momento destacado de 'La monja II'
(Warner)

La monja II es una de esas películas que quieres que te gusten pero nunca terminan de hacerlo. Aplica aspectos de partida interesantes que en el proceso no materializan esa condición. Acierta al seguir la historia de Irene (protagonista revestida de la conexión que el espectador establece entre Taissa Farmiga y su hermana Vera, rostro de Expediente Warren), si bien su evolución se topa con lo convencional (la madre). Y la cuestión del vínculo que forjó con Maurice (Jonas Bloquet), el francés que le salvó la vida y respecto al que presiente que está en peligro, se queda a medias.

Ocurre parecido con la modulación del componente investigador y con la relación con la joven monja que la acompaña, encarnada por Storm Reid. El atractivo de base de las restantes variaciones introducidas (el desarrollo en el internado, la incidencia del factor de la posesión, la decisión de fijar dos tramas paralelas principales, el hecho de que el demonio busque una reliquia) tampoco fluye como se desearía.

La razón fundamental por la que el filme convence menos reside en que la figura de Valak no transmite lo mismo; la plasmación elegida desaprovecha las resonancias de horror que llevaba asociadas en Expediente Warren. El caso Enfield y en el spin-off primigenio. En este déficit influyen la historia y, aunque vuelve a esforzarse y exhibe maneras, la dirección de Michael Chaves, firmante de La llorona (la obra más prescindible del imaginario) y de la reivindicable Expediente Warren. Obligado por el demonio.

El momento con las revistas que empiezan a moverse, notable en términos creativos, parece que va a suponer el punto de inflexión y que por fin el relato va a despegar, pero el estímulo no se instala en el pasatiempo. Uno añora detalles de La monja como la manera en que la entidad se movía por los pasillos de la abadía o el juego con las sombras en la iglesia.

Malas señales expositivas como los subrayados innecesarios para dejar todo claro y el pasaje en el Archivo Católico, añadido a modo de funcional 'muleta' explicativa, refuerzan la 'frustración' fijada. No obstante, el animado último tercio, definido por la circunstancia de que no hay una única representación maligna, y los rasgos del tramo final, con buenas ideas y con Valak en su esencia (ya era hora), aplacan transitoriamente la decepción.

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