El corredor del laberinto

No es necesariamente malo poder explicar una película con una serie de sumas, restas, divisiones, etc. de títulos; lo que es seguro es que eso cada vez funciona peor para camuflar defectos. Si en septiembre de 2014 el concepto El señor de las moscas más Los juegos del hambre partido por Divergente despejando las incógnitas de El juego de Ender te llama la atención, es que eres un alma cándida además de un chollo para los ejecutivos menos ingeniosos de los grandes estudios. Basada en otra “trilogía literaria juvenil de tremendo éxito” –¿se estudia ya esta asignatura en los institutuos?–, El corredor del laberinto tiene todos los defectos de las películas a cuyo grupo intenta sumarse y prácticamente ninguna de las virtudes con las que, ocasionalmente, algunas de ellas escapan de la rutina. El original punto de partida promete sólo si crees que Cube es una disco light: cada cierto tiempo unos chavales aparecen sorpresivamente, amnésicos perdidos en medio de un bosque sin adultos y cuya única salida es el laberinto del título. Un recién llegado, sorpresa, desafís el orden establecido, rascando apenas la superficie de una conspiración en la que las nuevas generaciones son las víctimas de un plan orquestado para preservar una sociedad perversa y deshumanizada. Vamos, lo que viene siendo una pataleta por entregas. La leve –levísima– coartada ci-fi se intenta armar a partir de un lenguaje propio cargado de conceptos que de tan reciclados son pura fofez. Es sólo aire de un globo que se está desinflando.