Duplicity

Carlos Marañón

AQUÍ, EL AMIGO 14 DE DANNY OCEAN. Primer aviso del guionista de Bourne, que ha apostado por aquel frenesí visual en su segunda película tras la absurdamente ninguneada Michael Clayton. Allí recogía la mala leche acumulada del poder en descomposición que perseguía a Matt Damon para convertirla en desamparo hacia Clooney, que reinventaba el oficio de ser elegante en tiempos difíciles, al estilo Cary Grant, pero sin reírse por tener a la muerte en los talones. Las cosas son algo diferentes en Duplicity, donde Gilroy guarda la Iberia Plus de Bourne, pero prefiere tomarse a risa cosas muy serias. Hace bien. Esto del espionaje entre corporaciones que rigen el mundo es una pantomima trascendentalísima, o sea un macguffin de la realidad. El concepto hitchcockiano que servía de anzuelo para una trama es ahora la trama misma de una película en la que la clave es saber si el nuevo “hombre al que mejor le quedan los trajes del mundo” se queda con la mejor versión madura de Julia Roberts, cuya sonrisa ilumina incluso un falso thriller diseñado para caer bien.