Dioses y perros

El parque de las 7 tetas, en Vallecas, le debe su nombre a las siete colinas de basura desde las que se ve el mejor atardecer de Madrid. A los personajes de la quinta película de David Marqués –codirigida con Rafa Montesinos– les gusta sentarse en ellas al acabar el día y brindar con unas latas de cerveza del chino. Fonsi (esmirriado Juan Codina), el mejor amigo del protagonista, es alcohólico, lleva tiempo en el paro y teme que su mujer lo abandone y que su banco lo desahucie. A Pasca, el prota –consistente Hugo Silva, un macarra de barrio silencioso y pintón– las cosas no le van mucho mejor. Su hermano está en silla de ruedas y no recibe ningún tipo de ayuda por dependencia. Además, ha dejado el boxeo y se gana la vida como sparring, esto es, como saco sobre el que golpea un luchador que todavía conserva sus sueños de triunfar en las peleas.

A Dioses y perros hay que reconocerle que sólo bucea en la mierda de sus personajes para traernos de vuelta su humor y que gana originalidad con el trasunto romántico de Megan Montaner. Su creíble pija cántabra –¡qué poco explotamos el “o sea” por aquí!– añade esperanza al drama de extrarradio según el personaje de Hugo Silva –ojo a nuestro Ryan Gosling de barriada castiza– se va colando por ella. Por supuesto que esto no es Drive y tampoco es Audiard, aunque hay suficiente miseria social y amor redentor para que lo fuese. Pero hacer de lo feo una obra de arte, como siete colinas sobre un vertedero, es otra cosa.