Crónicas diplomáticas

Sátira política de penúltima hora.
Crónicas diplomáticas
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Crónicas diplomáticas

Hablar sin decir nada es un innoble arte en el que los políticos hace tiempo que superaron a, por ejemplo, los críticos de cine. Es normal, a ellos les ayudan. Crónicas diplomáticas, adaptación cinematográfica del cómic de Lanzac y Blain, descubre a uno de esos personajes que se mueven en las bambalinas de los ministerios: el que escribe los discursos. Elegir las palabras adecuadas para que el ministro de turno –en este caso un trasunto de Dominique de Villepin cuando ocupaba la cartera de Exteriores– no quede como un idiota se convierte en un mecanismo perfecto para una sátira frenética. Si no estuviera dividida en pequeños episodios uno acabaría exhausto ante semejante despliegue de verborrea, con tanto tic de comedia francesa –esas manos agitándose en el aire– y referencias domésticas, pero afortunadamente ahí está el veterano Tavernier para administrar algunas pausas en este Ala Oeste de Quai d´Orsay.

Con sus aciertos (sobre todo de cásting) y errores (de planteamiento), Crónicas diplomáticas provoca sobre todo envidia. Contemplada desde un país en el que los políticos se expresan con tuits que se quedan cortos o a través de consignas programadas, los gabachos hacen (y exportan) humor de última hora con unos líderes que no se esconden detrás de pantallas planas por miedo a resultar absurdos. 

VEREDICTO: ¿Y si Aaron Sorkin hubiese leído cómics de Goscinny?

Valoración:

FICHA TÉCNICA

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    El Ministerio de Asuntos Exteriores contrata al joven Arthur Vlaminck como encargado del “lenguaje”. En otras palabras, redactará los discursos del ministro. Pero a Arthur le queda aprender a hacerse con la susceptibilidad y el entorno de la presidencia.

  • RESUMEN: Sátira política de penúltima hora.

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