Crítica de 'El caso Goldman': anatomía de un antisemitismo

El director de Roberto Succo (2001) o El creyente (2008), llevaba toda la vida soñando con llevar a la pantalla el juicio contra Pierre Goldman, brazo armado de la izquierda judía en París –Régis Debray y Simone Signoret formaron parte del nutrido público de las vistas–, un ambiente a la que también perteneció la familia de Arthur Harari (realizador de películas como Diamant noir, marido de Justine Triet, y coguionista de Anatomía de una caída), que aquí ejerce espléndidamente de abogado defensor superado por la fuerza temperamental de su defendido, encarnado por Arieh Worthaler en clave impetuosa y desmedida. 

El problema de la película podría estar en una cierta dificultad, por parte del respetable, en identificarse y empatizar con la arrogancia chulesca de Goldman, y por ende en su denuncia del racismo estructural en el sistema policial y jurídico francés de la época. Al margen de ese subjetivo escollo, la película es una reconstrucción que brilla por su austeridad y su rigor, sin apenas salidas al exterior, ni flashbacks, ni espectaculares demostraciones de expertos como es el caso chez Triet. Tampoco ridiculiza a los testigos parciales, ni cae en maniqueismos. En definitiva, una película de juicios ejemplar, incluso demasiado ejemplar.

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