OPINIÓN

Yo lo que quiero es hablar de cine

Yo lo que quiero es hablar de cine
Yo lo que quiero es hablar de cine
Yo lo que quiero es hablar de cine

No es extraña coincidencia, sino algo completamente normal, que el escarbar en la ficha técnica de los filmes rodados en la Alemania nazi durante la hegemonía del III Reich, sea una labor de chinos, y a veces completamente infructuosa el llegar a saber quienes en aquel tiempo fueron leales al Führer y quienes intentaron hacer algo “poco correcto” en defensa de ese, a veces, pobre arte llamado cinema. Pero yo me niego a meterme en los meandros de las pseudopolíticas franquistas ó mussolinianas, cuando lo que yo quiero es hablar de cine. Y he llegado a la conclusión, que lo mejor que puedo hacer es tratar a unos y otros por su obra y no por sus ideas. Nadie ó casi, a echo una crítica decente de la industria ó los filmes de aquellos tiempos. Era mucho más cómodo criticarles a los unos y a los otros, no tomárselos en serio y hacer “chocolate para todo”, completamente injusto (indecente) para salvar la papeleta. Mucho más aún que en la Francia de Vichy (Alemania, Austria, Polonia…) se dan casos extraordinario de gente que hacía un cine de una calidad formidable, y cuyos méritos se vieron ahogados por su procedencia política. Nombres como Leni Riefensthal, que inventó casi todo el documental moderno en su filme Olimpiada, y todos sus “camaradas”, entre ellos Arnold Fanck y Luis Trenker. Pero lo más importante fue sin duda la narrativa de toda la escuela UFA-Tobis Klangfilm, donde nació el AGFA Color, que si no eclipsó al primer Technicolor de Natalie Kalmus en el Reino Unido, sí rivalizó con ese sistema, haciendo peligrar por sus grandes calidades, a lamisma casa Technicolor, con algunas películas de inolvidable recuerdo, como los filmes de Willy Forst ó Ernest Marishka primero, y las colaboraciones germanosovieticas como Iván el Terrible, del mismísimo Eisenstein ó Las aventuras del Barón Münchausen de Josef Von Baky, ejemplos imperecederos de cinema popular y creativo (en este filme se consagró el actor Hans Albers que nos ofreció un Münchausen digno de la escuela de Piscator). El otro creador que destacó en la misma época fue Veit Harlam, cuya Ciudad dorada con Cristina Söderbaum, tuvo un éxito inenarrable en el mundo entero, ó al menos en el mundo que admitía aún la existencia de Veit Harlam. Se sabe que Veit Harlam era un nazi perdido, pero eso no le resta belleza a las imágenes de Praga a la caída de la tarde. Poco tiempo después todo ese cine desaparecerá al caer definitivamente el III Reich, y “el mundo seguía andando”. Muy pocos artistas de aquel tiempo se libraron del presidio, del pelo rapado ó, al menos como el caso de Lida Barowa, del descrédito y la persecución (Lida recibió un golpe en la cara que le destrozó un lagrimal, impidiéndola llorar por el ojo izquierdo. Lo sé muy bien).

Hay una lista interminable de nombres de gran calidad que se reparten el 50% entre pseudonazis y judíos escapados de los campos. A saber cuáles eran las creencias de aquellos seres entre vituperados y ensalzados. Además, es igual. Había grandes actores, magníficos directores, cameraman,escuelas de interpretación tan gloriosas como la de Fritz Kortner, pero todo ello con un aire de “provisional”, de algo que no es verdadero ó que no va durar. Y así fue. Era un monstruoso esfuerzo por permanecer, por dejar algo indeleble, de un color político ó de otro. En resumen, una mierda incomprensible, gloriosa desde Klaus Kinski a Rolf Thile, de Maria Shell a Gila Von Weiterausen, de Theo Lingen a Hans Moser –sus descendientes se dedican activamente a la industria del porno-. Y yo, que no soy dudoso de pronazi, no tengo más remedio que sentir pena por tanto talento desviado, por tanta pérdida de energía, de ilusiones, todo por culpa de unos pocos hijos de puta empeñados en cambiar el mundo, para peor se entiende. Nombres como Fedor Ozep, Carl Anton, Wolfgang Libernainer ó Nicholas Farkas, que en situación normal, habrían sido admitido en muchos casos como excelentes realizadores,pero el hecho de pertenecer, aún por necesidad, al eje nazi, se vieron silenciado en la opinión general, pero ya va siendo hora de decir la verdad. De admitir que la política y el cine no es la misma cosa, que se puede ser un gran actor, como Fritz Kortner ó Gustav Gründgens, sin pararse a pensar en sus creencias políticas. Algunos de estos hombres, verdaderamente relevantes, lo pasaron muy mal por ser (o no ser) nazi. Entre estos, destaquemos a 3 auténticos talentos del cine: Heinrich George, Hilde Krahl y Ferdinand Marian, que dieron vida magnífica a los personajes creados por Pushkin (no muy nazi él).

El director Gustav Ucicky hizo su mejor trabajo, y aunque no lo sepa casi nadie, era uno de los mejores realizadores de ese tiempo, no de Alemania, sino del mundo entero. La historia bien conocida de Dunia, la muchacha que ayuda a su padre viudo en la posta, que vive con él en Siberia, que se enamora de un miserable señorito de la región, y seducida por él, abandona al anciano y se convierte en una prostituta de postín. Narrada con elegancia y la calidad de Ucicky, se convierte en uno de los más bellos melodramas del cine que, por cierto, está esperando todavía un remake (se ve que los americanos no han leído mucho a Pushkin). Todo en la película tiene la misma y serena poética. Y no he conocido ningún público que no se haya emocionado con aquellos seres simples y buenos, zarandeados por la maldad de los ricos y los fuertes.

Todo esto sin preguntarse si un tío abuelo de Ucicky tonteó con las SS ó jugó al tenis con una secretaria de Goebbels. Ya es hora de que los amantes del cine podamos gozar de la calidad de un grupo de artistas que en el fondo eran anarquicos y básicamente apolíticos, como son casi siempre los cineastas puros.

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