OPINIÓN

Talento, una tuba y un escualo

Talento, una tuba y un escualo
Talento, una tuba y un escualo
Talento, una tuba y un escualo

Según dicen las malas lenguas, un Steven Spielberg joven, quizá demasiado, estuvo empreñando durante meses y meses al staff técnico de Universal hasta que consiguió que le dejaran dirigir algo, lo que fuera. Finalmente logró que Universal le encargase ciertos episodios de las series que estaban de moda en el momento, como por ejemplo el detective Colombo, un personaje muy propio de la imaginería de aquellos años que Peter Falk encarnó con mucho gracejo y clase. Y un buen día, le permitieron hacer una película más suya, más personal, que se basaría ya en la lucha del hombre contra elementos que le superan, un simbólico Leviatán (casi un cliché para los judíos, como el propio Spielberg) que le ha perseguido durante muchos años y que periódicamente reaparece en su filmografía, a veces para ennoblecer, a veces sólo para divertir al espectador. Porque Spielberg es, más que nada, un entertainer que sólo en unas pocas películas ha intentado dar su mensaje como cualquier director que se precie. Su primer largometraje, El diablo sobre ruedas (1971) se convirtió en un gran éxito. Y como sucede muchas veces en EE UU, un sólo éxito sirve, si los directivos empujan un poquito, para convertir al autor en una semi-star. En el caso de Spielberg confluyen por una vez muchos elementos del sueño americano, aunque sólo sea de una manera tangencial. Poco tiempo de rodaje, un reparto casi de desconocido porque él, como hará después muchas veces, convierte en protagonista a un animal, a un objeto, a una máquina por delante del ser humano. Parece que esto, con el tiempo, le hizo ir y volver en esa parafernalia del Leviatán, y con ello, y le hizo crear un nuevo modo de ver el cine. Loca evasión (1974) es la segunda película de Spielberg, muy bien hecha, muy inteligente, muy dura, y con muy poco éxito. Spielberg adora a los actores, pero sólo a ciertos actores. Como buen discípulo de Hitchcock, en principio detesta a los divos que imponen su opinión sobre la del creador del filme. Pero no se para, sigue adelante tragando muchas veces con trancas y barrancas, y consiguiendo siempre unos relatos en general sencillos pero muy bien elaborados. Todo esto, en Loca evasión, se cuaja en uno de los raros filmes de Spielberg que no son ni acomodaticios ni facilones. Resulta que en su carrera hay ya dos o tres minifracasos, pero ha aprendido mucho y muy deprisa. Él es un director de género (perdón por utilizar tan vilipendiado término), un género superior al average film de sus demás conciudadanos. Es racista, pero poco. Es libertario, pero menos. Es liberal, o no. Nadie puede negar el talento, el sentido del ritmo, la elegancia de sus rodajes. Solamente se puede negar todo lo demás.

¿Se recuperará el director más mimado por la producción, por la crítica y, por qué no, por sus diversas mujeres, de todas las tentaciones que se presentan en su camino ahora que ya es un hombre maduro y que ha superado los gadgets? Esperemos que sí, porque sobre todo, hay en Spielberg un narrador de estilo muy antiguo, enmascarado de moderno, pero que sabe ponernos los pelos de punta con un tiburón y Robert Shaw, con una tuba bien afinada por su amigo John Williams. Nada. Aire. Truco. Ficción. Cuando quiere ser de verdad sincero y profundo, la caga. Pero cuando nos mete en el museo británico y en la búsqueda del dragón dorado, nos seduce y nos llena de felicidad. En estos momentos tan romos que vivimos, siempre es bienvenida una sonrisa o un manojo de víboras amenazadoras para que nos olvidemos de las de verdad.

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