OPINIÓN

'El largo adiós'

'El largo adiós'
'El largo adiós'
'El largo adiós'

Basado en un guión espléndido de Leigh Brackett (no confundir con otro espléndido Brackett, Charles) Robert Altman me devolvió un día en Lisboa la ilusión por el cine con su filme El largo adiós, una de las obras maestras del cinema moderno. Básicamente, el cine, para mí había estado en manos de los talentos de Hollywood, talentos de importación casi todos, en ese momento por misteriosas razones, parecían eclipsados y las obras de más calidad eran de unos Tom Gries, Don Siegel, Ted Post, es decir, gente de una inspiración limitada. Esta película me reveló un estilo de hacer que yo estaba esperando desde los filmes de Jean-Luc Godard: fluidez narrativa, libertad en el relato, ruptura con los conceptos clásicos del cine, naturalidad y osadía en los diálogos, eliminación de los estereotipos hollywodianos, humor, neorromanticismo, brillantez técnica y un plantel novedoso de actores y técnicos. El largo adiós, basada en una novela de Raymond Chandler, nos mostraba a un Philip Marlowe –Elliott Gould– lejos de los clichés –Robert Mitchum, Bogart o hasta Dick Powell– y estaba rodeado de sorprendentes y novedosos secundarios como la cantante Nina Van Pallandt, el director canadiense Mark Rydell o el infravalorado Sterling Hayden.

La fotografía era de un genio de origen húngaro, aún no superado, Vilmos Zsigmond, el montaje de Lou Lombardo y la música de un joven pianista del West Coast jazz, John Williams, que hacía incluso una breve aparición como actor. No había manierismos ni estereotipos, sino talento y sinceridad, sinceridad hasta en la luz y una belleza y una sorna, no exenta de ternura, de aquel ojo superlúcido que era Robert Altman. Esta obra fue una revelación.

Mi mujer y yo, de paso en Lisboa, vimos dos veces seguidas la película y no la vimos más porque la segunda era la última sesión del cine. Recuperamos de golpe el placer que nos habían producido antes los filmes de John Ford o de Howard Hawks. El cine se había salvado y lo pudimos constatar cuando vimos otros filmes de Altman como Ladrones como nosotros, Tres mujeres, Nashville o California Split, donde el mismo Elliott Gould, acompañado por George Segal nos adentraba de nuevo en un mundo lleno de talento, de amargura y humor. Esto, unido a la brillantez y energía de MASH, primero en el cine y después en la serie televisiva, nos dieron material para gozar el resto de nuestra existencia.

Altman fue uno de los creadores de un cine abierto, rodando y montando sin parar, haciendo del cine una parte esencial de su propia persona, homenajeando a sus mayores sin maldad. Aunque la cinematografía mundial no le ha colocado aún en el lugar que le corresponde en la historia del cine, urge descubrir en profundidad este talento insólito, una especie de Chaplin de nuestros días, un Von Stroheim de la comedia. Pues bien, de toda esa obra ingente quedémonos con la que para mí es su obra más inteligente y profunda El largo adiós, que no fue favorecida por ningún Oscar de la academia (Altman sólo lo tuvo por el conjunto de su labor de manera honorífica) y que gracias a los nuevos sistemas de exhibición ahora podemos degustar en versión original y completa. No es publicidad.

Nunca conocí personalmente a Robert Altman.Tengo noticias muy contradictorias sobre su persona. Pero me da igual. Es un genio independiente y marginal que Hollywood no pudo corromper. Con John Cassavetes, Jean-Luc Godard y Berlanga, forma el cuarteto más ilustre del cine moderno.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento