OPINIÓN

Bodega Bay

Cenicienta (1950)
Cenicienta (1950)
Cinemanía
Cenicienta (1950)

Escribo estos días en una antigua masía, en un ala de la casa en la que no hay nadie más. Caliento únicamente el cuarto en el que estoy con un calefactor pequeñito. El resto de las estancias permanece oscuro y frío. La señal de internet es perfecta para escribir: débil, cambiante, tendente a la desaparición absoluta durante horas. Es casi imposible no caer antes en las garras de la desesperación que en las de esa procrastinación, tan habitual en mí, que, paralizada por el vértigo de la escritura, me empuja a ver una y otra vez las mismas series, las mismas películas. Ante el terror de tener que crear algo que aún no existe, mi alma me requiere disfrutar una y otra vez de la placidez de lo conocido. Pero aquí no puedo abrazar ese manoseado confort.

Por la noche, cuando termino de trabajar, abro la puerta y recibo una bofetada de aire helado de la sala contigua. Llevaba dos días oyendo golpes –el viento en la chimenea, me decía– oyendo crujidos –las casas viejas son así, me calmaba– oyendo una especie de grito agudo –aquí sólo me estremecía–. Hoy los sonidos son ya atronadores. Sigo el ruido hasta llegar a la chimenea apagada. Al abrir la puertecita, un gorrión tiznado me mira ofendido. “Sal”, le digo. No sale. Es tan guapo, está tan ofendido. “Perdóname”, le digo. Y después repito: “Sal”. Entonces sí, sale como una bala por la ventana. Al rato, de nuevo el ruido. Sorpresa. Voy a la chimenea. Abro la puerta. Un pájaro -¿Otro? ¿De nuevo él?- me mira indignado. “Perdóname y sal”, le digo, ya segura de la fórmula. Sale. 

Me siento a trabajar y a los 15 minutos, de nuevo, suenan los ruidos. Un tercer pájaro me mira, muy seguro de sí mismo. ¿Un primo al que le ha llegado el mensaje de lo estimulante que es lanzarse chimenea abajo para que una tía te abra la puerta pidiendo perdón? ¿El mismo pájaro caprichoso? Le pido perdón, le digo que salga y sale. Disfruto de nuevo de su vuelo, una exhalación de hollín, sintiendo en el pecho un calor conocido. Me siento, pero al poco tiempo, de nuevo el ruido en la chimenea, de nuevo mi caminar plácido, seguro, dirigiéndome a la chimenea por la senda de lo conocido, para asistir a la escena que me aleja del vértigo.

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