OPINIÓN

Versiones que huelen

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Versiones que huelen

Circula por la Red, a la velocidad de un fuego enloquecido, la versión que el artista conocido como Pitingo ha realizado del Smells Like Teen Spirit, de Nirvana. La nueva canción resultante

es un despropósito mayúsculo, una avariciosa forma de hacer el mal en el artístico sentido del término. No es sólo la nueva letra en castellano, es el ritmo, el tono y la intención: el mayor mérito de la versión reside en que todos sus elementos contribuyen por igual a provocar una profunda vergüenza ajena.

Ojo, no se trata de mantener intacto el legado de Kurt Cobain (en general, las versiones de temas ajenos han enriquecido la historia del rock), lo verdaderamente asombroso es que una alineación de errores tan garrafales haya ido superando las diferentes cribas que se le suponen a una canción antes de formar parte de un repertorio. Es probable que alguien en ese proceso pensara para sus adentros “menudo truñazo estamos montando”, pero se viera arrollado por el entusiasmo del equipo, un grupo de gente cuya inquietud musical suponemos similar a la del público al que se dirigen: poco apasionados por el flamenco y cordialmente alejados del rock. El Smells de Pitingo parece un gag pero es un signo de los tiempos: indeterminación, tierra de nadie, híbridos y amagos sin personalidad.

Una canción siempre puede dejar de tocarse en directo, pero aún resulta más llamativa e irreversible la concatenación de errores que dan como resultado una mala película. ¿Cuál es el camino que lleva a un productor a creer que un guión flojo y sin chispa pueda convertirse en una buena película? ¿Qué laberintos estudian los asesores de una estrella para que acepte papeles que no aumentarán ni un centavo su cotización? ¿Cómo es posible que ciertos largometrajes sean sometidos a estreno y correspondiente campaña promocional? Y sobre todo, ¿qué coño hago solo en el cine viendo esta mierda?

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