OPINIÓN

Una detrás de otra

Una detrás de otra
Una detrás de otra
Una detrás de otra

Ver películas es un hobby para la mayoría de la gente: normalmente se escoge ir al cine como gratificante opción de ocio, a pesar de la evidente posibilidad de que la obra elegida no resulte satisfactoria (esa incertidumbre también forma parte del placer del verdadero cinéfilo). Los críticos, sin embargo, tienen que “ver películas” como parte de su rutina de trabajo y esa particularidad también tiene inconvenientes, por mucho que les guste (a todos les suponemos devoción a pesar de las reseñas lastimeras de algunos). Los pases de prensa tienen lugar por la mañana (a priori una hora muy poco cinematográfica) y el crítico debe juzgar lo que le toque, tenga el humor que tenga. El proceso alcanza su máxima locura en los festivales: proyecciones a las nueve de la mañana, varias películas en un día, ruedas de prensa por el medio y unas horas por la tarde para escribirlo todo.

Evidentemente, hablo desde la lejanía y la admiración: como en todos los trabajos sometidos a estrés, la veteranía y el oficio también cuentan. No soy crítico de cine (quiero decir profesionalmente, delante de unas birras me crezco y pongo a caldo o ensalzo películas con desatada pasión), pero gracias a los recientes Globos de Oro me vi “obligado” a ver muchas películas en pocos días. En una tarde me ventilé consecutivamente The Artist, Un método peligroso y Criadas y señoras, y al día siguiente hice lo mismo con La Dama de Hierro, Un dios salvaje y Drive. Podría acabar con la impresión de haber visto una enorme película en la que dos psiquiatras y la Primera Ministra bailan claque con el servicio mientras dos matrimonios atracan bancos, pero sólo atesoro una certeza: las que más me gustaron fueron las dos segundas de cada día. Poca moraleja para tanta alforja.

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