OPINIÓN

Tesoros ocultos

Tesoros ocultos
Tesoros ocultos
Tesoros ocultos

A finales de los 90 devoré Pregúntale al polvo de John Fante, una novela que me gustó por las características que han hecho grande a su autor: sobrio realismo en el estilo y cruda metafísica de lo cotidiano en el contenido. No sabía entonces que tardaría 15 años en leer otro libro suyo. No fue algo personal, es que me despisté y el tiempo vuela que es una barbaridad. Pero hace dos años me encontré cuatro de sus obras en una librería y las compré de golpe, como compensando tanta desidia. Las fui leyendo sin orden ni concierto, según me apeteciera la portada, e intercalando otros autores, es decir: sin prisa. Me hice muy amigo de Arturo Bandini, álter ego de Fante, y sólo hace un par de meses me puse con La hermandad de la uva, el último que me quedaba. Aún no me he recuperado. Es, sin duda alguna, una de las novelas que más me ha impactado en la vida. Sé que me ha calado hondo, estoy seguro de que la recordaré hasta el fin de mis días. Y quizás lo haga con más fuerza precisamente entonces, si es que llego a ese final con la fuerza de Nick Molise, la perplejidad de su hijo Henry o la presencia de una enfermera vagamente parecida a la señorita Quinlan.

Me resulta llamativo que llevara casi 20 años con Fante en la cabeza, y otros dos con esta novela en casa. Creo que no me habría impactado igual si la hubiera leído mucho antes y me gusta creer que la sucesión de acontecimientos ha sido la idónea y única posible. Tuve que descubrir al autor en los años 90, ignorarlo durante mucho tiempo y leer tres libros suyos antes de La hermandad de la uva para que esta novela se haya convertido en parte fundamental de mi imaginario.

Claro que esa misma certeza me conduce a una duda terrible. A saber qué libro fantástico ignoro, qué película fundamental no he visto, qué amigo verdadero no he conocido, qué amores eternos no he disfrutado.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento