OPINIÓN

Sin noticias de Burt

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Sin noticias de Burt

Una oportuna reedición de Sin Noticias de Gurb me anima a releer este libro de Eduardo Mendoza que llevo 20 años citando como una de las novelas que me ha impactado e influido, pero nada más comenzar caigo en la cuenta: apenas almaceno datos del argumento en mi memoria. Para empezar, habría jurado que era el extraterrestre narrador quien se “convertía” en Marta Sánchez, pero es el propio Gurb quien lo hace, y otros momentos de la historia (cruasanes que dan los buenos días o la extraordinaria complejidad de la conducción de vehículos en la Tierra) resultan puntual pero notablemente distintos a la descripción que mi cerebro había inmortalizado. No me acordaba de los churros, Gandhi, la vecina, la agitada vida social de Gurb o el emotivo final que no adelantaré ni bajo tortura. Reconozco los mimbres que me impactaron en su día (surrealismo costumbrista, humor fino, lenguaje florido, referencias elevadas), pero me asombra la pírrica cantidad de imágenes que han sobrevivido al recuerdo de aquella lejana y apasionante primera lectura.

La idea me lleva a cuestionar todas las percepciones artísticas que han marcado mi vida. Pienso ahora mismo en El Nadador (Frank Perry, 1968), extraña película protagonizada por un Burt Lancaster, atlético por fuera y decadente por dentro, que va nadando por las piscinas del condado en el que vive persiguiendo el recuerdo de su mujer y sus dos hijas (un anuncio de Levis le rindió un bonito homenaje en 1992). Creo tener imágenes de este largometraje grabadas a fuego (el agobio del protagonista en una piscina pública repleta de bañistas o la cancha de tenis abandonada en la que resuenan fantasmagóricos gritos de júbilo): me apetece jurar que me impresionó en su día, pero después de los fallos que Gurb ha destapado en mi disco duro no me atrevo a verla. Se vive muy bien en los recuerdos bonitos.

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