Ponerse la gorra

Charlaba con varios amigos y alguien mencionó la biografía de Stephen King. Por una mezcla de barullo en el bar y cierto afán completista que me desborda, entendí que hablaba de Stephen Hawking, de ahí mi sorpresa cuando añadió: “Por lo visto se metía de todo”. “¡¿Se metía de todo?!”, respondí perplejo por la idea del famoso físico obligando a alguien a meterle de todo. 

Mi amigo asintió, sorprendido por mi extrañeza ante un dato tan conocido del autor de El resplandor; “¿has leído algo de él?”, prosiguió. “Solo Historia del tiempo”, confesé con la imagen en mi cabeza de un desatado Hawking esforzándose en esnifar pegamento. “A ver, me refiero a Stephen King”, esclareció por fin para jolgorio de la concurrencia y mi propio consuelo. Sin saberlo llevábamos un rato metidos en un gag efímero, un vodevil espontáneo que daría para escena cómica meditada.

Pienso que se parece un poco a lo que hace Santiago Korovsky en su magnífica División Palermo (Netflix), una de esas joyas que afloran de vez en cuando en el aluvión audiovisual. La serie cuenta las desventuras de un cuerpo de guardia urbana inclusiva, sin armas y solo con atribuciones cívicas, compuesto por minorías. A menudo Korovsky nos va metiendo dentro del sketch sin que lo notemos, y cuando ya nos tiene bien empapados de situación nos suelta el remate.

Y además de su incontestable humor negro, su grácil alivio cómico y su afinada construcción de personajes, la serie cuenta con una hilarante y convincente arquitectura estructural: sus premisas son tan cómicas como verosímiles, todo ocurre por algo, los equívocos fluyen, hasta lo slapstick procede. Sin spoilers: la escena del despertar tras la fiesta electrónica es tan perfecta que parece el punto de partida del guion, como que todo se ideó desde ahí para llegar a esa hipnótica coreografía de incomodidad, torpeza y sordidez. Dale. Bajo mi responsabilidad. No seas boludo.