OPINIÓN

Oráculo TV

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En Breaking Bad, Bryan Cranston da vida a Walter White, humilde profesor de instituto que, al ser diagnosticado con cáncer terminal, decide asegurar el bienestar de su familia traficando con las anfetas que él mismo fabricará gracias a sus conocimientos de química. Antes de esta serie, Bryan se había hecho un nombre en la sitcom con el personaje de Hal, el inmaduro padre de la familia protagonista en Malcolm. ¿Alguien podía imaginar entonces que llegaría a ser el despiadado Heisenberg? Quizás sí. En el episodio 16 de la quinta temporada (Malcolm visita la Universidad), Reese, el más idiota de los cuatro hermanos, le grita a Cranston: “¿Has estado vendiendo droga y no nos has comprado ni un DVD?”. Ese capítulo se estrenó en USA el 28 de marzo de 2004, casi cuatro años antes que el piloto de Breaking Bad; me gusta pensar que no es casualidad, prefiero creer en una especie de maravilloso crossover futurista. Pero sé que sólo es una maravillosa casualidad. O no. Yo qué sé, ¡déjenme soñar!

A veces la tele se anticipa, pero otras pone el punto final a todo un género. Después del Ciencia de Cohetes Básica de la serie Community no podré ver otra película de ciencia-ficción con toques de aventura épica sin recordar el certero bisturí paródico de este episodio. Todo lo previsible que pueda ser un largometraje de acción en el espacio (incluida la cámara lenta cuando los pilotos se dirigen a la nave) está condensado en esos perfectos 20 minutos localizados en un viejo autobús que sirve como simulador de vuelo: el compañero que “tenía” que estar en la nave (Abed), el tripulante que pierde los nervios (Pierce), el inesperado héroe (Troy) o el cursi recibimiento al llegar sanos y salvos. Ojalá lo hubiera visto antes que Prometheus: así habría sabido que cuando Idris Elba gira su gorra de béisbol hacia atrás estaban haciendo comedia y no tomándome el pelo.

Resumiendo: todo está en la tele. Sólo hay que saber mirar.

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