OPINIÓN

Mitomaníaco

Mitomaníaco
Mitomaníaco
Mitomaníaco

Existe una actitud, supuestamente cool, de distancia respecto al creador que se resume en una frase que me da mucha rabia: “Cuánto más me gusta su obra, menos quiero saber de la persona”. ¡Pues no! Si me gusta un director, escritor, músico, dibujante o cómico, me interesa charlar distendidamente con él o ella, por supuesto si esa oportunidad surge de forma natural y no forzada. Las consecuencias de un contacto efímero son tan inabarcables como caprichosas; quizás no ocurra nada reseñable, puede que ese gintonic sea el germen de una bonita amistad, o a lo mejor ese par de horas hacen que te replantees, para bien o para mal, tu admiración por el personaje. En cualquier caso, siento que es bueno correr ese riesgo en nombre de la curiosidad sana. He tenido la suerte de tomar unos orujos con Kaurismaki, cenar a solas con Bryce Echenique o buscarle un taxi a Jorge Ben; aunque esos momentos no dejaron huella en sus vidas, me sirvieron para reafirmar, de forma muy sutil, mi condición de fan.

Pero tratar al creador no siempre sale bien. A principios de los 90 conocí en el Festival de Gijón al alemán Jörg Buttgereit, director de la polémica fábula necrofílica Nekromantik (1987). Coincidimos en proyecciones, alguna cena e incluso en la playa (el Festival se celebraba en julio), así que fui a ver la película con el interés propio de su rareza y la mejor predisposición tras haber congeniado con el autor. No pude con ella. Se me hizo larga y lenta, ni siquiera me impactó su presunto gore radical (añado que yo grababa en VHS las operaciones quirúrgicas del En buenas manos de Antena 3, pero eso es tema para otro artículo). Al salir de la sala, Buttgereit se hizo el encontradizo y no tuve fuerzas para simular entusiasmo: “Bueno, un poco lenta, ¿no?”. A Jörg le cambió el semblante y se fue sin dirigirme la palabra. No he vuelto a saber de él. Si se lo encuentran por ahí, díganle que no había maldad en mis palabras.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento