Locotuya

Nunca hay una sola versión de las cosas. El mismo suceso tiene tantas explicaciones como observadores involucrados. Celebramos concursos de belleza que califican las carcasas, cuando la belleza está en el interior (no me refiero a la bondad sino a la hipnótica complejidad de, por ejemplo, nuestro sistema circulatorio). Somos capaces de discutir, incluso durante décadas, si una jugada dentro del área ha sido penalti o un noble lance del juego. Juzgamos la intencionalidad. 

Hemos desarrollado la abogacía como interpretación de la inocencia. Respiramos Schrödinger, porque, vistos desde fuera, somos algo y a la vez otra cosa que no siempre es la contraria. Dependemos del cristal con el que miramos. Existe otra versión de Al final de la escapada hecha solo con los planos recortados en el primer montaje.

Movistar ha estrenado la serie documental Locomía (dirigida por Jorge Laplace) que repasa la vida y obra de la celebérrima agrupación que se abanicó la transición de los 80 a los 90, cuyo nombre surgió del error gramatical del holandés Gard Passchier cuando quiso decir “locura nuestra”. Además de refrescarnos el electropop ratonero y tecnolata que el cuarteto practicó fuera de su gran hit inicial, la narrativa es apasionante porque cuenta con dos villanos: Xavier Font, líder y creador del concepto visual, y José Luis Gil, productor e impulsor del lanzamiento musical. 

Ambos son los malos de la película, enfrentados de manera visceral pero unidos en la idea de impedir que el otro se imponga. Como buenas némesis del mal se necesitaban con la misma intensidad de su odio. Lucha de egos gigantes, Supersoberbia y Megavanidad. Thanos y Lex Luthor, Duende Verde y Joker, Tamara y Arlequín. Que la voz del propio Gil sea la que declama “disco, Ibiza, Locomía” mientras Font hace playback en el mayor éxito de la banda solo es la maravillosa metáfora del culebrón que anidaba en su historia.

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