OPINIÓN

La metamorfosis

La metamorfosis
La metamorfosis
La metamorfosis

Hay algo en la escritura de Irvine Welsh. Algo en esa rítmica trepidación hace que sus novelas estén construidas sobre eléctricos andamios de chasquidos y destellos. Recuerdo que mientras leía las últimas 50 páginas de Porno (secuela de Trainspotting) apreté mi ejemplar hasta que las yemas de los dedos se me quedaron blancas. Pura presión.

Este otoño se estrena en Reino Unido Filth (dirige Jon S. Baird, protagoniza James McAvoy), película basada en la novela homónima de Welsh que retrata las indignas andanzas del sargento Bruce Robertson. Tampoco olvidaré aquella lejana noche en la que terminé ese libro. Eran, aproximadamente, las cinco de la mañana y yo estaba en la cama, pegado al flexo que, iluminándome desde la derecha, dejaba la mayor parte del dormitorio en penumbra. En un momento dado me pareció sentir que algo se movía en el aire a mi izquierda; miré por instinto, sólo encontré oscuridad y continué leyendo. Por fin llegó la última frase de la novela. Cerré el libro exhausto, casi hiperventilado, todo taquicardia y adrenalina, y me giré hacia la luz.

Entonces descubrí qué había perturbado fugazmente mi lectura. Una espléndida cucaracha Blatella, todavía con las alas a medio desplegar, había volado hasta la mesita. No tenía sentido. Nunca había visto una en los años que llevaba viviendo en esa casa y jamás he vuelto a ver otra desde entonces. Y aquélla se había desplazado hacia la única parte de la estancia en la que había luz y movimiento, cuando se supone que siempre huyen de ambas circunstancias.

Sólo he encontrado una explicación. Aquel insecto era Bruce Robertson. Welsh había creado un protagonista repulsivo y la avidez de mi lectura había propiciado el conjuro de su personificación en un bicho asqueroso y repugnante. La metáfora era tan perfecta que me entraron ganas de vomitar.

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