OPINIÓN

Acabar en todo lo bajo

Acabar en todo lo bajo
Acabar en todo lo bajo
Acabar en todo lo bajo

Del mismo modo que el melón frío con jamón serrano sigue considerándose fusión gastronómica, a pesar del evidente divorcio culinario que supone masticar a la vez dos sabores que no interaccionan, hay películas que solapan géneros sin llegar a fundirlos y se convierten en híbridos

malogrados. La reciente Amor y otras drogas es un buen ejemplo de película melonjamón: empieza como comedia romántica, avanza por terrenos sexuales y gira al drama aplastante (hasta aquí muy bien), pero en su tramo final (desde la fiesta de pijamas) intenta una absurda pirueta cómica (las secuelas de la Viagra) para caer en un autocomplaciente y asfixiante final feliz, tan parcial, tramposo y subjetivo como el de cualquier insulsa comedieta romántica.

Justo antes de ese declive, hay un momento realmente emotivo de auténtico cine de la experiencia: los protagonistas visitan un grupo de terapia para enfermos de Parkinson en el que los propios pacientes bromean sobre su dolencia (una de las afectadas, por ejemplo, señala cómo

han mejorado sus técnicas masturbatorias). El ambiente, distendido y positivo a pesar de las dramáticas circunstancias, anima a un novato a pedirle consejo al marido de una enferma,

pero su sincera y demoledora respuesta fragmenta en mil pedazos la mágica bonanza, apretando un nudo en la garganta del espectador. Y a partir de ahí, caída libre hasta ese final de falsa placidez.

¿Hasta qué punto un cierre torpe estropea un largometraje que nos ha conmovido? Sé que dentro de unos años recordaré qué me emocionó de Amor y otras drogas, pero habré olvidado un montón de películas “correctas” de principio a fin (Winter’s Bone, por citar una). ¿Cuál de ellas es objetivamente “mejor”? No me miren así: si tuviera la respuesta no habría terminado el artículo con una pregunta.

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