OPINIÓN

(200) meses juntos

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Las escenas oníricas son un delicado recurso cinematográfico (cansinamente trillado en literatura); fácil cuando sólo busca surrealismo impactante (el parto de Geena Davis en La mosca) o deliberadamente fundamental en el desarrollo de la película (Recuerda de Hitchcock). Otra cosa son las ensoñaciones de un personaje insertadas en medio de la acción, normalmente como subrayado irónico (las divertidas paranoias del protagonista de La tentación vive arriba); tengo el disco duro de mi memoria lleno de spam, pero la primera película en la que recuerdo esta técnica fue Fellini, Ocho y Medio. Guido Anselmi (enorme Mastrioanni), director en plena crisis creativa ante su próxima película, se ve agobiado en cierto momento por la aburrida charla de un pesado y sin previo aviso lanza una cuerda por encima de la viga para ahorcarlo. Al instante, un simple corte nos devuelve al momento inmediatamente anterior a la soga, indicando que todo era fruto de la impaciente imaginación de Guido. Me impactó la sorpresa del giro y admiré la optimización narrativa de Fellini (era la primera vez que veía ese truco en mi desordenada educación audiovisual). Y es que para mí la ensoñación, más que un recurso expresivo, es un modo de vida (como lo era para el Felipe de Mafalda o el Calvin de Waterson); he crecido y envejeceré soñando de pie e imaginando despierto para adornar la cotidianidad a mi gusto. Le pasa a mucha gente. No es grave.

Hace 100 meses conjeturé sobre el número 200 de CINEMANÍA. Ahora que ha llegado, sólo estamos a otros 100 de formar ejército espartano, a 200 golpes de Truffaut, a 300 días de Joseph Gordon-Levitt, a 600 balas de Álex de la Iglesia o a 19.800 leguas del viaje submarino. Sólo podemos sumar porque, afortunadamente, nos queda mucho cine por delante. Más del que hemos dejado atrás. Que no ha sido poco.

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