Sintiendo a Bergman

El otro día vi un documental fantástico llamado: Descubriendo a Bergman. En él, varios directores relevantes y también Alejandro González Iñárritu reflexionan sobre los principales temas presentes en la filmografía del genio sueco (el resquemor, el regomello, la angustieta…) e incluso algunos visitan su, hasta ahora, inaccesible morada situada en la isla de Farö. Entre ellos: Alejandro González Iñárritu.

El cineasta mexicano es consciente de estar reconociendo el templo creativo de Bergman, y nada mas entrar hace como que se marea. “¡Dios mío, no puedo!”, dice mientras se pone la mano en la frente y se apoya en el quicio de la puerta. “Esto es demasiado fuerte”.

Luego recorre el pasillo rozando las paredes (de gotelé) con las puntas de los dedos y llega hasta la sala de proyecciones, cuyas estanterías están totalmente cubiertas de cintas VHS. Ahí le vuelve a dar el mal de Stendhal y se tiene que sentar otra vez. Luego se pregunta en voz alta: “¿Que películas vería el gran  Bergman?”. Y se acerca y coge una, resulta ser Jungla de cristal. “Oh vaya… –balbucea–, no me imagino a Bergman viendo Jungla de cristal… No sé, igual tendría que verla. Seguro que es buena”. Acto seguido escudriña durante un buen rato la colección de cintas pero no encuentra ninguna suya. Siguen las exclamaciones y las epifanías mientras recorre la casa, pero el momento álgido llega cuando entra en el despacho. Ahí Iñárritu experimenta un éxtasis. Pone sus manos en gesto orante y las apoya en la boca, así permanece varios minutos. Intercala los “Dios mío” con “esto es increíble”.

Repara en una ajada silla de madera giratoria. Se acerca a ella lentamente y la acaricia. “No puede ser”, susurra y entonces se sienta. Se agarra a los reposabrazos y exclama: “Aquí es donde se sentaba a crear. Aquí es donde se le ocurrían tantas historias… ¡Siento una energía increíble!”. Comienza a llorar. Entonces se acercó un chico y le dice: “Ésa no era su silla, señor”.