OPINIÓN

Baileys con Coca-Cola

Baileys con Coca-Cola
Baileys con Coca-Cola
Baileys con Coca-Cola

Juanfran y yo estábamos picándonos en medio de una fiesta con todo el mundo pendiente de nosotros. Caras expectantes, luces de colores, música a todo volumen… Bueno, música, lo que sonaba era Pitbull. Total, que el Juanfran y yo estábamos ON FIRE.

-¿A que no tienes huevos a tomarte de un trago este cubata de Baileys con Coca-Cola?– dijo el Juanfran desplegando su sonrisa de mamarracho.

-Me sobran huevos– respondí yo resuelto.

–¡Espera, que no he terminado! ¿Y después a darle una calada a este porro de hebras de plátano?

-Me sobran huevos– respondí yo, un poco menos resuelto.

Los piques son como las películas de Isabel Coixet, se sabe como empiezan, pero no como terminan. No había vuelta atrás. Trago… calada… pausa… fundido a negro. (Adiós a la parte consciente de la noche)

¿Qué oía? Oía voces muy lejanas y también lo que me pareció la risa del cabrón del Juanfran. ¿Qué veía? Oscuridad y después una luz cegadora. Y de repente ya no me encontraba en la discoteca, sino en un extraño mercado, un mercado de actores.

Estábamos encerrados en jaulas y en cada jaula había un letrero. “Actrices jóvenes perfectas para película de época”, rezaba uno. “Actores fornidos ideales para papel de chico problemático”, me pareció leer en otro. “Actores mayores capaces de repetir su texto”… ¡Era horrible! Entonces pasó un hombre con un látigo.

-Señor, ¿qué pone en mi letrero?– le pregunté con voz trémula.

–Ja, ja– rió de forma sardónica–. En el tuyo pone: "Actor malete pero que cae simpático".

¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS!

¿Era el látigo? No, era mi mujer dándome bofetadas con la mano abierta.

–Tus amigotes te han traído en un taxi. Mañana hablamos.

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