Internacional

Bernardo Gutiérrez: "El nuevo El Dorado del Amazonas es el supuesto confort del progreso"

Varios trabajadores portan mercancías en el ajeteadro y popular muelle de la ciudad amazónica de Manaos.
B. G.

La prosa sobre la Amazonia navega entre lo bello y lo siniestro. Desde las crónicas de Indias a la literatura indigenista. Pero la exuberancia natural del río y de las tierras que anega ha ensombrecido, durante siglos, el lado urbano de la selva.

Bernardo Gutiérrez -viajero, fotógrafo, periodista (fue redactor de 20minutos)- recorrió sus ciudades evocando su antiguo esplendor y registrando las nuevas amenazas que se ciernen sobre sus habitantes. El resultado es Calle Amazonas (Altaïr, 2010), un viaje remontando tópicos hasta descubrir la esencia del "tiempo sin tiempo" amazónico.

Lo que tú defiendes es que para comprender la Amazonia y sus habitantes hace falta también patearse sus ciudades (lo que fueron y lo que ahora son). ¿Son ellas las grandes olvidadas (y perdedoras) del Amazonas?

Son las grandes olvidadas, las grandes ignoradas. Desde Europa, pocos saben que la Amazonia está altamente urbanizada. Que la luz eléctrica llegó antes a Manaos que a Río de Janeiro. Que se fabrican microchips. Que cualquier niño está enganchado a las redes sociales. El elemento urbano, carreteras, camisetas, techno, botellas de refrescos, está presente en casi todos los rincones. El mito del exotismo, de ese rincón puro lleno de tribus vírgenes y biodiversidad, es eso, un mito.

La Amazonia es abundancia y decadencia, verde y óxido. Cuando dices que nos refleja y contiene, ¿es porque nuestra naturaleza está hecha de sus mismas contradicciones?

Cuando viajas por el Amazonas empiezas viendo el paisaje con entusiasmo, como si fuese un cuadro. O una película. Poco a poco, la monotonía te golpea. Las riberas del río están lejos. Casi no hay novedad visual durante hora, días. Por eso, al final la Amazonia es un espejo. Eres tú mismo, con tus miedos, ansias, sueños, frente al espejo.

¿Los escritores turísticos, como tú los llamas, viajan al Amazonas o se conforman con ver documentales?

El turismo de masas es uno de los grandes enemigos del planeta, de la Amazonia y , por extensión, de la literatura. Casi todas las revistas de viajes piden lo mismo. Los mismos destinos, el mismo tono. Creo que hay escritores que se limitan a recorrer una parte del planeta y contar la superficie. No sé si eso es viajar. El viaje es viaje nos acerca irremediablemente a nosotros mismos. Sin una razón profunda, búsqueda personal, ansias de horizontes nuevos, no hay verdadero viaje. Y sin ese espíritu, creo que no hay libro de viajes. El viaje es la puta pastilla roja de Matrix. El turismo es la pastilla azul que te mantiene en tu mundo ordenado, dentro de la cómoda realidad explicada. Al viajero siempre le mueven fuerzas algo irracionales.

Javier Reverte, a quien citas en varias ocasiones, tenía hacia el Amazonas -que casi acaba con su vida- un sentimiento extraño, entre la nostalgia y la pesadilla. ¿No hay otra forma de escribir sobre el río que temiéndolo?

Hay tantas formas de escribir sobre el Amazonas como personas. El viaje, y la escritura, es algo personal, único, algo irrepetible. El Amazonas, eso es cierto, acojona. Te oprime, te fustiga. Todo es más incómodo de lo que creías. Todo es más difícil. Es un río ingobernable, atroz. Pero yo creo que no le temo. Al final consigo hablarle de tú a tú, le entiendo y nos compenetramos bien

¿Cómo es el Homo Amazonicus? ¿Cuál es su principal amenaza?

Es un ser absolutamente mestizo. Los indígenas originales se mezclaron con portugueses, con exiliados gallegos, con judíos sefardíes, con alemanes, italianos, con los negros esclavos que huían de sus amos. Lo interesante es que la mayoría lleva en la sangre este cóctel pero lo desconoce. De cualquier manera, hay muchos tipos de Homo Amazonicus. Algunos beben champán en los áticos de las ciudades. Otros, malviven en palafitas [casas de madera sobre el agua]. La principal amenaza es la llegada del llamado progreso, ese paquete hecho de televisión, aspirinas y falsos sueños de asfalto que provocan la pérdida de identidad de los pueblos.

Civilización, barbarie, progreso… ¿Navegar el Amazonas obliga a replantearse el canon occidental de valores?

Absolutamente. Los pueblos indígenas y los pueblos quilombolas -negros descendientes de esclavos- no tienen propiedad privada. Todo es colectivo. Propiedad, decisiones. Por otro lado, el tiempo en la Amazonia es diferente: circular, convexo, cóncavo, cósmico. Fluye de otra manera. No lo dominas. Te encajas como puede. Además, existe una conexión con la naturaleza, con los elementos, que aquí hemos perdido. Existen muchas variables para explicar el mundo, no sólo la científico-racional.

El El Dorado es un espejismo que ha adoptado muchos rostros en la Amazonia. ¿Cuál será el siguiente? ¿O ya no habrá siguiente?

El gran espejismo, el nuevo El Dorado de la Amazonia, es el supuesto confort del progreso. El pensar que todo lo industrializado es mejor. Que los alimentos transgénicos son mejores que los naturales. O que las zapatillas de marca extranjera son más apropiadas que las autóctonas. Que Occidente  y sus recetas de saber son superiores a milenios de sabiduría amazónica.

En tu libro hablas de escoger una mirada sobre la realidad y rechazar muchas otras. ¿Cuáles has dejado fuera y por qué?

Rechazo los tópicos, los clichés, la mirada inocente sobre la Amazonia, la etiqueta del exotismo. También el pensar que la historia por sí misma explica un viaje, una realidad. La historia alucinada de la selva es vital para entender algunas cosas. Pero entre la superficie y el pasado hay muchos matices que explican mejor la realidad. Hay que saber mirar el detalle, los gestos pequeños, saber interpretar miradas, silencios.

Un escritor de viajes…  ¿puede llegar a fingir una emoción que no siente?

¡No debería! La literatura de viajes es flexible, variopinta, muy diversa. Pero creo que la ficción pura, inventarse algo, no cabe. De cualquier manera, creo que Calle Amazonas es un híbrido.  Hay literatura de viajes, crónica periodística, una mirada, sin duda, periodística. Además, un documentación muy minuciosa, porque no podía jugarme el tipo y ser tomado por el extranjero que escribe cualquier cosa sobre la Amazonia. Hay también pinceladas de literatura. Incluso unas pequeñas cápsulas de ficción, encajadas en medio en formato mini-cuento.

Y, en el otro extremo, ¿cómo dar cuenta de lo extraordinario sin parecer desbordado por la novedad, el paisaje, las costumbres?

He tenido mucho cuidado en no utilizar efectos especiales exagerados. En mantener la compostura. Creo que narrar el propio miedo en un libro de viajes es un efecto especial barato. Me interesa más narrar el miedo del otro, por ejemplo. Además, este libro es el colofón a muchos viajes amazónicos, a muchas experiencias, que aparecen incluso en algún capítulo. Quizá lo que he escrito sea una segunda mirada, una tercera. Una mirada que engloba todas las anteriores. Quizá sea más certera, más poética.

En unos años, aseguran, Brasil tendrá una clase media sólida y pujante ¿Cambiará esto la manera en la que el país se relaciona con su río? ¿Llegará el día en que el Amazonas sea un bien de consumo cultural, domesticado, como el Danubio lo es para los europeos?

¡Imposible! Nunca nadie domesticará el Amazonas. Y mucho menos todos sus afluentes, algunos gigantes, espléndidos, como el Madeira, el Negro, el Tocantins... Es una región que nunca será gobernada. De momento, Brasil vive de espaldas a su gran río. En el sur y el sudeste lo desconocen. La clase media, con excepciones, tiene los mismos tópicos que un europeo. Poco a poco, se va abriendo interés. Se consumen más productos amazónicos. Comida, música, artesanía. Pero sigue siendo algo lejano, física y espiritualmente, para la mayoría de los brasileños.

Todo gran río tiene la tentación de la novela. Tu libro está salpicado de comienzos de relatos no culminados. ¿Son callejones sin salida o algún día desembocarán en una aventura equinoccial?

Realmente la realidad amazónica es tan imprevisible que adopta ropajes de ficción. En ocasiones la realidad es más inverosímil que una novela. Narrar la Amazonia es, de por sí, un ejercicio de ficción. Introduje estas 'capsulitas', comienzos de cuentos, para equilibrar la fórmula. Un mordisco de ficción para explicar la realidad. En la Amazonia, sin duda, la ficción explica la realidad mejor que en otros lugares. Y en cuanto a posible novela… nunca se sabe.