La hija de Pavlov se dedica a salvar perros porque su padre los sacrificaba
Fue entonces cuando Valentina vendió su piso en el centro de San Petersburgo, compró una casucha con una pequeña parcela en el poblado Kirovets-2, a cuarenta kilómetros de la ciudad, y se dedicó a recoger y a curar a animales abandonados, enfermos y heridos.
Hoy, alberga en su parcela a unos sesenta perros, cuarenta gatos y una veintena de pájaros y aves de corral a los que no consigue encontrar nuevos dueños, puesto que casi todos son minusválidos.
"Por los perros he renunciado a mi vida familiar"
"Por los perros, he renunciado a mi vida familiar. Mi primer marido vive ahora en San Francisco, y el segundo emigró a Australia. Me visitó hace varios meses y me pidió que me fuera con él. Pero, ¿qué haría con todos estos animales, y con otros heridos y mutilados que me trae la gente casi cada mes?", relata.
Un vecino y varios voluntarios de San Petersburgo le ayudan a alimentar a los animales, le traen comida y medicamentos, pero la octogenaria mujer se pregunta qué será de sus mascotas cuando ella ya no tenga fuerzas para cuidarlos.
De su infancia recuerda a los numerosos perros que vivieron en el apartamento en el que Pavlov alojó a su madre en el recinto del Instituto de Medicina Experimental y las confusas explicaciones que le daban los adultos cuando esos animales desaparecían.
Pavlov murió en 1936, en medio de rumores sobre su posible envenenamiento en medio de las purgas estalinistas o bien víctima de algún veneno que él mismo ensayaba en animales.
No obstante, cuenta, Pavlov logró encontrar a una mujer dispuesta a someterse a tan extravagante estudio, "pero desde las alturas del poder llegó la orden de prohibir ese experimento".