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Los niños de San Ildefonso ya se afeitan

Los niños que cantaron el segundo premio
Juanjo Martín/EFE

Lo confieso, yo fui niño de San Ildefonso.

Terminé octavo de EGB en el año 1985, y por aquel entonces mis compañeros que cantaban la lotería –a mi don Graciliano nunca me dejó– tenían un timbre aflautado, infantil, cándido, ingenuo.

Voces inocentes al servicio de la ilusión.

Pero, ¡ay Dios mío!, qué susto me he llevado esta mañana al despertarme con los vozarrones de hombres hechos y derechos entonando la letanía de números y premios.

O ahora los niños de San Ildefonso catean mucho y les toca repetir y repetir curso, o es que las infantiles cuerdas vocales se han engrosado.

¡No son cuerdas, son maromas!

Antes, en aquellos años, siempre había un crío de los pelo en pecho y tono aguardentoso. Solía coincidir con el que fumaba Ducados. Pero es que ahora son casi todos los que portan más graves que agudos en la garganta.

Los rostros angelicales de antaño se han tornado ahora angulosas caras en cuyos labios superiores asoma algo más que pelusilla.

Yo creo que algunos se afeitan por lo menos una vez por semana.

Afortunadamente las niñas ponen el toque delicado y cándido que siempre tuvo el sorteo de los bombos tradicionales.

Por cierto, es emocionante ver cómo la integración de inmigrantes llega también a la lotería. Casi tantos niños cantores de origen extranjero como español… ¡Pero qué voces, señor, qué voces!

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