Música

Chopin, el legado de un piano virtuoso

Fue su hermana Ludwika quien introdujo a Fryderyk Chopin en el piano.
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Ojeroso, de rostro irregular. Con una importante nariz y visiblemente pálido; luciendo esa melena siempre atribuida a los genios compositores. Así pintó Eugène Delacroix a su amigo Fryderyk Chopin en 1838, una década antes de su muerte. El polaco no tenía ni la treintena y ya había creado piezas tan reconocibles como el Vals n.º 11 en sol bemol, op. 70 n.º1 o avanzado otras como su famosa Sonata n.º 2 en si bemol menor, op. 35, que incluye la marcha fúnebre por excelencia, la que el cine se encargó de oficializar.

Este año se celebra el 200 aniversario de su nacimiento, con todo tipo de muestras artísticas que nos recuerdan que el pianista fue más que un hombre del Romanticismo. Lo suyo supuso "una revolución en la manera de operar y tocar", explica el maestro Joaquín Achúcarro, que ayer interpretó en el Auditorio Nacional, en Madrid, entre otras piezas, el Fantasia Impromptu. El veterano destaca, sobre todo, la perfecta fusión entre "técnica y expresividad" de las obras chopinianas.

Porque, a pesar de lo asequible –en apariencia– de los nocturnos o las mazurcas, sus partituras hacían gala de una enorme "sofisticación", que imprimió en aquellos que vendrían después, como Berlioz o Debussy, "un sello" inconfundible, dice el bilbaíno. En este sentido, "se le podría poner junto a Liszt", añade. El virtuoso húngaro fue su coetáneo y con él mantuvo una gran afinidad personal, no en vano fue él el que le presentó al amor tardío de su vida, la escritora francesa George Sand.

Lo popular hecho arte

Chopin fue un niño prodigio; a los siete años compuso sus primeras obras. Fue su hermana Ludwika quien le introdujo en el piano, pero toda la ilusión que provocó en sus inicios musicales entre los entendidos de su tierra –nació en una localidad cercana a Varsovia–, que abandonó definitivamente en 1830, se desinfló en sus viajes de juventud a Austria o Alemania, países en los que le costó hacerse un nombre, acusado en algunas ocasiones por la prensa local de no ofrecer "nada especialmente nuevo o emocionante".

Nada más lejos de la realidad, ya que en su repertorio hay una gran variedad de géneros: preludios, nocturnos, polonesas, baladas, valses, sonatas, mazurcas, conciertos, etc. Prácticamente todo para interpretar al piano. Según Jim Samson, musicólogo, crítico y uno de los autores que más han escrito sobre Chopin, fue capaz de "elevar a la categoría de arte lo más popular", en lo que al piano se refiere, mientras otros preferían "la grandeza" de la ópera o de la música sinfónica.

Al margen de su trayectoria vital, plagada de altibajos –por la tortuosa relación con Sand y sus problemas de salud– y de la que el británico considera que ya no hay mucho más que descubrir, lo que hoy perdura y aún intriga a los expertos es la magnitud de su obra. De qué manera "ha interactuado" con distintas culturas y en tantos lugares, en el siglo XIX y en el presente, causando una "fascinación", entre selectos entendidos y poco duchos.

Y eso que Chopin prefirió los pequeños conciertos y las soirées, casi siempre para nobles y aristócratas; asimismo se codeó con otros colegas como Bellini, Mendelssohn y Schumann, a los que asombró con sus notas. Siempre, y aunque actuara y viviera en París o en Londres, con el pensamiento puesto en su Polonia natal, inmersa en conflictos armados con los rusos, que el compositor decidió sufrir en la lejanía. De ahí sus constantes referencias folclóricas.

Nacionalista o no, el artista se convirtió en ciudadano europeo gracias a sus numerosos viajes; y, por unos meses, en ciudadano español. Vivió en Mallorca junto a Sand, en una celda de la Cartuja de Valldemossa que le inspiró para dar vida a varios preludios. Allí permanecieron juntos hasta el 13 de febrero de 1839: su deterioro físico era ya muy evidente. La experiencia, tortuosa en gran medida y de la que participaron los hijos de Sand, quedaría documentada en el libro Un invierno en Mallorca, publicado en 1855.

Tras varios años de declive, y después de que París asistiera a su último gran concierto en los días previos a la explosión del Liberté, Égalité, Fraternité, la tuberculosis lo mató el 17 de octubre de 1849. Chopin falleció entre amigos y familiares, con los que intercambió ricas misivas toda su vida, el vestigio que se conserva de su figura junto a las piezas clásicas que, desde "músicos de jazz" hasta la "industria japonesa del videojuego" han integrado, como si nada, en su rutina, apunta Samson.

El casi biógrafo del pianista tiene claras sus preferencias en cuanto a su obra se refiere. Se inclina por la Balada n.º 4 en fa menor, op. 52. Por su parte, el maestro Achúcarro se queda "con todo". Chopin también tenía sus debilidades y se prefirió en su versión más dramática para la despedida final: la mencionada marcha fúnebre sonó en su propio funeral. El otro último gesto fue para su adorada Polonia, a la que fue enviado su corazón, que descansa en la Iglesia Santa Cruz de la capital.

Diez meses para conocer a Chopin

En el bicentenario del nacimiento de Chopin, el Instituto Polaco de Cultura se ha propuesto promocionar su obra y su figura en toda España. La Joven Orquesta Nacional de Polonia inauguró el pasado día 6 con un concierto en Madrid un completo programa de actividades. En la Noche de los Teatros de Madrid, el próximo día 27, Teatro Réplika estrenará la obra El corazón de Chopin (Preludio); la Orquesta de la Filharmonía de Rzeszów participará en el XVI Festival Internacional de Música de Toledo el 12 y el 13 de junio; en centros CaixaForum del país se ofrecerán conciertos; y el 19 de octubre comenzará en Cuenca un Festival Chopiniano. El programa completo puede consultarse en www.culturapolaca.es.

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