Cine

Jordi Mollá: "Tengo un incontrolable e innato apetito creativo"

Jordi Mollá.
ARCHIVO

Está muy orgulloso de su trabajo en El cónsul de Sodoma, y no tiene ningún problema en hablar de la película, de Gil de Biedma y de sí mismo. Pura sinceridad, Jordi Mollá explica cómo trabaja y vive.

¿Qué vieron en usted para encarnar a Gil de Biedma?

En primer lugar, un evidente parecido físico. Pero el director, Sigfrid Monleón, quería escapar de retratar sólo eso. Quería un actor que diese su alma, que tuviese un parecido anímico con Jaime. Mi esfuerzo fue buscar su alma y mostrarla en mis escenas.

¿Cómo y dónde encontró ese alma?

Con un poco de muchos sitios. Viendo fotos suyas y fijándome en detalles: dónde mira, qué buscaba con sus gestos... Por ejemplo, un escorzo en una imagen junto a su padre sugiere un cierto distanciamiento. También picoteé de conversaciones sobre él, escuché sus grabaciones recitando sus poesías y traté de encontrar qué le emocionaba a través de sus poemas. También usé la biografía escrita por Miquel Dalmau, y busqué inspiración en canciones que Monleón me pasó.

¿Tenía cosas en común con él?

Pude identificarme con su mundo. Conozco bien Barcelona, tengo amigos poetas y, como él, soy varios Jordis al mismo tiempo. Yo también estoy lleno de contradicciones, aunque supongo que eso nos pasa a todos.

¿Es más o menos sencillo encarnar a alguien real?

Creo que más fácil. Pero lo que me llama la atención es que, cuando haces bien un biopic, no paran de ofrecerte biopics. Lo mismo me pasó cuando hice de yonqui o de malo. En el caso del biopic, tienes la ventaja de disponer de más información, aunque para serte sincero también tengo la sensación de que para cualquiera de mis personajes me he inspirado en gente que conocia, y sin que ellos lo supieran absorbí muchas cosas de ellos.

¿Por ejemplo?

Para el Godoy de Volavérunt, sin ir más lejos, me fijé en Mario Conde. Físicamente no tenía nada que ver, pero sí me inspiró su figura, el personaje. Un nuevo rico, arribista, capaz de ascender en la escala social a una velocidad de vértigo. Pero no sólo me fijo en personas, sino también en ambientes, en paisajes... Como actor, me afecta todo. Me vuelvo un poco psicópata, pero es por lo que pagan.

¿Psicópata y, ya de paso, obsesivo?

No tanto. He conocido algún muy buen director que, en mi opinión, estrangulaba a los personajes. No me gusta estar encima de ellos todo el día. Creo que, si te obsesionas con ellos, les dejas sin vida, se convierten en muñecos muertos. Me gusta que mi personaje me sorprenda, no tenerlo en la cabeza siempre. La relación que establezco con mis personajes es parecida a la que uno tiene con su pareja: cuando no estoy con ellos puede haber algo que me los traíga a la cabeza, pero no puedo estar todo el día obsesionado con ellos. Me volvería un pesado, y probablemente el personaje me terminaría mandando a paseo.

¿Le mandan ellos a usted o usted a ellos?

Al final, soy yo el que los manda a darse una vuelta. Quiero ser yo, no un actor todo el día, y también ellos lo agradecen. Soy muy respetuoso, y los siento como criaturas reales: como plantas, que van creciendo, día tras día, sin que yo me dé cuenta. Me pasó en una escena de El Cónsul de Sodoma: sin tenerlo previsto, sin que nadie me lo pidiera, rompí a llorar. Pero no era yo, sino Jaime...

Además de un posible Goya, ¿qué más le ha dejado este personaje?

El saber que está muy bien no terminar de definirte nunca. Sentir una cierta desubicación, no adoptar una postura definitiva ante la vida, no tiene por qué ser tan malo, sino algo enriquecedor. No hay que seguir tanto las reglas, sino cambiarlas e ir creando las tuyas propias. Reinventarte, reconstruirte.

Suena lógico viniendo de un actor...

Al trabajar este personaje sentí algo parecido a cuando lees un libro, y de pronto encuentras una frase que parece estar dirigida directamente a ti. Me he torturado muchas veces por no sentirme íntegro, por ser contradictorio, e interpretar a Jaime me ha enseñado que eso puede ser maravilloso. Está muy bien destruir cosas si es también para construir. Tengo una gran capacidad de destrucción pero las cosas que construyo, aunque sean pequeñitas, pueden ser también muy firmes.

¿Cuál es su construcción favorita?

En lo que respecta al trabajo, haber experimentado. Me he permitido el lujo de equivocarme, de hacer películas que ni yo mismo creía que podría hacer. Me gusta haber tenido una carrera tan irregular, en el sentido de no haber hecho nunca lo que nadie, ni yo mismo, esperaba que tendría que hacer. No quiero compararme en absoluto con Marlon Brando, pero creo que por esa misma razón ahora le recordamos tan grande y nos dio trabajos tan descomunales.

¿Y en el plano personal?

Definirme, crear una identidad. Con 19 años era un chaval que estudiaba para ser administrativo. Así durante cinco años, encaminado a trabajar en un banco. Pero algo dentro de mí me decía que tenía que hacer otra cosa, que aunque me dara miedo, aunque pudiera ser catastrófico, tenía que estudiar teatro e intentar ser actor. Con el paso de los años me he dado cuenta de que he sido fiel a Jordi, y ese es mi gran premio. Con todos mis errores, contradicciones, decisiones absurdas en lo personal y lo profesional. He sido un gran caprichoso, y me enorgullezco de ello, y la vida me ha seguido sonriendo, por lo que soy un privilegiado. He hecho caso a mis caprichos, y eso es jugársela. He tenido caprichos acordes a Jordi, siendo fiel a mis deseos y la dignidad de decir que no me lo iban a dar pero tenía que pelearlo.

¿Por qué salió bien esa apuesta?

¡Todavía puedo darme el gran hostión! Es un cóctel de todo: siempre he tenido mucha determinación. ¿El talento? El otro día un periodista me pedía que reconociera tenerlo, y grande, pero no lo sé. Prefiero dejarlo aparcado. La suerte, evidentemente, es un factor que nadie puede controlar, pero la he tenido. No sé si mucha o poca: la mía. Creo que en un 60% me corresponde, por lo que son mis días, por lo que trabajo y dedico a esta profesión. Y además, mucha dedicación. Trabajo cada día de mi vida: sábados, domingos. Siempre.

¿Fijándose en otros, dándole vueltas a un personaje?

Sí. Y leyendo guiones, o libros para preparar una simple prueba. Debo estar loco, ¿no? No sé, me da por ahí. Ahora estoy con un libro durísimo sobre el corredor de la muerte, una cosa monstruosa, que me destroza por dentro. Y cuando no trabajo pinto, escribo... La gente que me conoce bien te diría que tengo una disciplina muy fuerte.

Sin embargo, muchos pensarán que le sobra el tiempo para hacer tantas cosas.

El tener que hacerlas me brota. Tengo un incontrolable e innato apetito creativo. Un día sin creatividad es un día tirado a la basura, y no hablo de productividad. Creatividad puede ser descansar de forma creativa, porque lo cambia todo. Hacer las cosas con creatividad, y te sentirás de otra manera. Llevo cinco años escribiendo un guión, pero nadie lo sabe. En el cine sólo se conoce el resultado: estrenas una peli y la gente no sabe todo lo que hay detrás. No saben lo que es ir a un rodaje todos los días.

Haciendo tantas cosas suyas, ¿cómo se lleva con el mundo exterior? ¿Es un diálogo, una forma de alejarse...?

Es una cápsula de protección. Es un jardín donde las cosas están colocadas de la forma que yo quiero. Todo me afecta mucho, y me tiro grandes temporadas sin leer el periódico, porque me dan mareos. En ese campo la creatividad me da energía, salud y protección. Es un limbo, un jardín donde el mundo es como yo quiero y no obligo a nadie a entrar. Vivo al lado de una plaza que, por las noches, parece un decorado. Cuando no hay nadie en ella a veces me bajo y me da la sensación de estar en Cinecitta. Me embarga esa emoción, esa sensación de que es todo un decorado y en realidad todo es mentira, nada me puede herir.

¿Y ese jardín está feliz y controlado?

Sí, pero a veces también te enseña tu cara oscura. Este trabajo tiene altos y bajos, y yo también los he tenido. Es parte del juego. Cuando te enseña el lado malo lo pasas muy mal. Si esta entrevista hubiese sido hace seis años no te diría que he visto el lado oscuro de este bisnes, pero ahora sí, aunque mucha gente se crea que nunca he tenido el menor problema. Y lo veo en otros, en compañeros que intentan hacer cosas y les intento ayudar, y quedo con ellos y les veo los ojos de duda, e intento tranquilizarles: ¿Que qué va a ser de vosotros? Lo mismo me pregunto yo.

¿Piensa mucho en ese futuro?

Hace diez años tenía una visión de mí de mayor, y me doy cuenta de que no sirve para nada. Mañana lo mismo me cae un ladrillo y se acabó todo. Voy al paso. No tengo planes para más allá de las dos de la tarde, después no sé lo que haré. Mis amigos protestan y se quejan porque no se puede quedar conmigo, pero mivida es así, como la de un médico de urgencias. Así es la vida de los actores, vivimos con cara de susto. Y eso es precioso, porque muestra todo lo que tienes por dentro.