Música

Steve Earle rinde homenaje a su maestro Van Zandt con un concierto vibrante

Foto promocional de Steve Earle.
HEART OF GOLD

Steve Earle supera los cincuenta años de edad, pero su volcánica mirada y su cruda voz parecen encerrar varios siglos de experiencias.

El compositor de country-rock más inteligente y conmovedor de los últimos 25 años, después de la preciosa Fort Worth Blues que registrara en El Corazón (1997) y del disco en directo que grabara junto a su maestro y a Guy Clarke un par de años antes, decidió este año dar forma a un homenaje en toda regla a la principal fuente de inspiración que ha tenido jamás: Townes Van Zandt.

Este trovador maldito, aquejado de crisis maniaco-depresivas y con un buen ramillete de formidables canciones folk, forjó a golpe de enseñanzas y severos rapapolvos a Earle, quien tras más de una década de la muerte de su icono le sigue teniendo grabado a fuego en la memoria. Llegó a jugar a la ruleta rusa con él en medio de un bosque en la década de los 70's, y esa temeraria y afilada actitud acompañó a Van Zandt hasta la tumba, y a su pupilo probablemente también.

Tras una brillante carrera a finales de los 80's, un sinfín de divorcios, problemas con las drogas y redenciones entre rejas, Steve Earle enderezó su vida a mediados de los 90's y grabó una obra maestra tras otra. Hoy por hoy, muchos han preferido darle la espalda por una serie de álbumes más modestos y menos contundentes, y el imbatible forajido demostró ayer en Madrid, por cortesía de la promotora Heart Of Gold y en una gira española que incluye Bilbao (jueves 17) y Barcelona (sábado 19), que jamás hay que perderle la fe.

Sangre, sudor, lágrimas...

Con Townes (2009), su flamante disco tributo a Van Zandt, protagonizando una buena parte de la actuación, Earle se descolgó con un formato acústico que supuraba más sangre, sudor, lágrimas y rock and roll que la mayoría de las murallas de decibelios con que nos aturden la mayoría de las bandas de metal de la actualidad.

El espléndido inicio, con Where I Lead Me, presagió una exhibición, y pronto los asistentes más escépticos hincaron la rodilla. De ahí al final, dos horas llenas de frenesí y autenticidad. En algunos de sus descomunales temas, y pese a que siguen marcando diferencias, es inevitable añorar a su banda, a los provisionalmente desaparecidos The Dukes (My Old Friend The Blues, Taneytown, Jerusalem), pero en la mayor parte de las últimas creaciones  acústicas y en casi todo el repertorio de versiones convenció por completo y derrochó gran mordiente y pasión, como atestiguaron las magníficas interpretaciones de Lungs, Mr. Mudd And Mr. Gold, Marie o Sparkle And Shine.

Relatando divertidas anécdotas, luciendo su vena más canalla increpando a un asistente por hablar y derrochando una de las presencias escénicas más carismáticas e intimidatorias del momento, se retiró dando las gracias y con el puño arriba. Bien sea contra el mundo o consigo mismo, Earle jamás dejará de luchar.