Calle20

El top 6 de Liniers

Liniers
Christian Beliera

Veamos si tienes humor: dos pingüinos se miran con sus vacíos y azorados ojillos. De repente, uno le dice al otro: «Cuec» y el otro le responde: «Cuec». El primero sale de cuadro y vuelve a aparecer con los pelos a lo afro. Fin del chiste.

Acompaña esa idea base con unos dibujillos infantiles y una ternura desgarradora. Descubrirás el arte a veces impenetrable, a veces absurdo, a veces incomprensible y a veces magistralmente idiota de un tipo llamado Liniers (nombre artístico de Ricardo Liniers Siri). Un artista de 35 años, pelos revueltos y gafas Dolce & Gabbana que ha llegado a ser uno de los referentes del humor gráfico con una carrera que ya ha rebasado ampliamente las fronteras natales y es un referente universal.

Un talentoso que bien podría estar vendiendo sus dibujos en una feria del Palermo Soho en Buenos Aires pero que, con sus tiras diarias en uno de los periódicos más leídos del país, siete libros (seis volúmenes de Macanudo y Bonjour), el diseño de la portada de cuatro álbumes (Logo, de Kevin Johansen; La lengua popular, de Andrés Calamaro; Un buen pescador, de Marcelo Ezquiaga, y Coyazz, de Cheba Massolo) y un buen número de fans por todos los puntos cardinales, está marcando el rumbo de la historieta actual de Argentina, un país que puede presumir de hacer un arte del cómic más allá de los superhéroes de psiques inestables y coloridas calzas.

A la hora de repasar su historia queda claro que Liniers no comenzó a dibujar para capitanear ninguna tendencia artística ni, mucho menos, para conquistar chicas («para eso te haces músico de rock», dice). Lo hacía por puro disfrute. Era un niño y, como todo niño, dibujaba. La diferencia es que así como todo el mundo dibuja, todo el mundo, eventualmente, deja de hacerlo. Y que hay sólo un grupito de gente rara, «con algún desbalance químico en la cabeza», que nunca se cansa y sigue. Él nunca paró. «Pensé que iba a seguir siendo simplemente un hobby y que iba a tener que trabajar en algo del mundo real... Pero no, pude seguir trabajando en el mundo del delirio».

Claro que no todo fue tan fácil. Hubo un momento determinante en la vida de Liniers. Un momento en el que debió apostar todas sus fichas al delirio. Había comenzado tres carreras diferentes (Derecho, Comunicación y Publicidad) y en todas ellas lo había pasado fatal. «Como me equivoqué tanto con las carreras, decidí mandarme de cabeza a la historieta. Y fue un alivio», recuerda.

Por entonces ya publicaba gratis sus trabajos en el diario Página/12 y, tiempo después, desembarcaba, gracias a la mediación de su colega Maitena, en el diario La Nación, en el que firma desde hace siete años.

¿Por entonces hacías el mismo tipo de  humor que hoy?

No, era una búsqueda. En Bonjour se puede ver cómo fui aprendiendo. Hay un montón de experimentos y hay chistes pésimos, pero hay mucha búsqueda.

¿Los medios para los que trabajabas toleraban esa búsqueda?

Sí. Por lo general los historietistas somos un bicho raro en un diario. Aunque no entiendan bien para dónde vas, te dan tiempo. Porque el humor es eso... Es como mucha gente con la que te cruzas y que te parecen idiotas pero, con el tiempo, te das cuenta de que no son idiotas, sino que es su manera de ser y que pueden ser muy graciosos en su propio planeta. Y esto sucede con mi humor. Mucha gente, durante mucho tiempo, pensó que yo era un idiota; de repente se hacían amigos y se empezaban a reír de mis idioteces.

Te han tildado de hacer humor existencial, incluso absurdo e infantil...

Tengo muchos registros diferentes. Por ahí alguno le queda más a la gente y dice: «Ah, es muy tierno», pero hay un montón de chistes que son terribles. Y otros dicen que es muy absurdo, pero hay un montón de chistes muy lógicos... A mí no me gusta encasillarme. Por eso los nombres que les puse siempre a mis tiras. Nunca les puse Aventuras de pingüinos. Eso me obligaría a buscar siempre historias de pingüinos y terminaría en Punta Tombo con un palo matando pingüinos. Siempre traté de dejarlo muy abierto para poder investigar cualquier registro de humor.

¿Pero no hay un registro al que vuelves irremediablemente?

Sí, pero eso es comodidad. Ahí hay que frenar y entender que hacer sólo lo conocido es una falta de honestidad con uno mismo. A mí me entusiasma cuando algo me coge de sorpresa y digo: «¿Cómo se me ocurrió semejante cosa?». Es como un ruidito. Hasta no sentirlo no paro.

¿Cuándo se te apareció ese ruidito por última vez?

Cada día aparece. Y no siempre es con la historia o con el chiste. Puede ser con el dibujo. A veces, si buscas un chiste para rematar la tira, arruinas lo lindo de la imagen. Si tengo que encontrar una metáfora o un chiste fácil para cada historia, la arruino. Así que dejo la imagen y que la llene cada uno.

Tu estilo de humor, como el de Chaplin, no descarta la tristeza...

Es que el humor tiene que generar identificación. Y todo el mundo se siente más cercano del que le va mal. A todos nos va mal... A mí los personajes ganadores no me representan. Chaplin sí. Pierde todo el tiempo, pero no pierde la felicidad y las ganas de seguir.

¿Te costó que la gente lo entienda?

La gente no se enoja si un chiste es malísimo, pero se enoja si no lo entiende. Enseguida hay una reacción de frustración que termina como enojo con el autor y dicen: «¡Qué se cree este boludo!».

Es que tu humor puede ser o no inocente, pero siempre critica la falta de inocencia...

A mí no me molesta el cinismo, pero lo pretencioso lo detesto. Picasso hubo uno. El resto hacemos lo que podemos. Y, felizmente, la gente genial que conozco no tiene la menor idea de que lo es.

Los comiqueros argentinos han sido históricamente reconocidos en el mundo. ¿Cuál es el panorama ahora?, ¿se mantiene la tendencia?

Por suerte sigue habiendo mucha gente talentosa haciendo cómic. Y cada vez se ve más. Ahora los blogs permiten que cualquiera muestre lo que hace.

¿Qué es lo que sigue haciendo que el cómic argentino se distinga mundialmente?

Nadie entiende bien qué es. Porque desde el punto de vista editorial no se le da mucho espacio a la historieta en Argentina, como sí se le da en España, en Francia o en Estados Unidos. Sin embargo, siguen apareciendo historietistas argentinos que trabajan en España, Francia y Estados Unidos. Lo curioso es el poco espacio que se les da en Argentina. Y eso da rabia.

Tu generación parece haber aumentado la apuesta en ese sentido... Lejos de amilanarse por los grandes referentes históricos y por la falta de espacios nacionales, fueron a por más, intentaron crecer...

Es que crecimos sin revistas como Fierro y Humor, que marcaron muy fuerte a otras generaciones. No tuvimos referentes claros y, gracias a eso, mi generación salió atomizada, a la fuerza, para todos lados. Como nadie tenía que dibujar para tal o cual medio, disparamos para donde nos llevaba la intuición. Paradójicamente eso fue bueno. En otros países todos los dibujantes tienen un mismo registro. Acá cada uno está con su tema y eso hace que sea todo más rico.

¿Qué rumbo crees que tomará la historieta argentina a corto plazo?

No sé bien. Creo que es un momento interesante... Hay cosas que funcionan en otros países, como las historietas autobiográficas y que se empiezan a hacer acá. Creo que se logró abrir el género y la historieta ya no tiene que ser necesariamente una historia de superhéroes.

Y, al contrario, ¿hay algo que se haga en la Argentina que se esté trasladando al exterior?

Sí, afuera tienen como una antena muy alerta de lo que se hace acá. Especialmente en España. Y eso sucede en el arte en general... Con Darín, con Calamaro, con Les Luthiers... Tienen una sensación de refinamiento de lo argentino. Les interesa lo que hacemos. Ojo, también hay españoles que nos deben de ver como unos sátrapas [risas].

¿Te sorprendió que tu humor haya funcionado en países como España?

Bastante. Porque lo mío no parecía algo tan universal como las mujeres alteradas de Maitena. Yo pensaba que ningún público podía tener la paciencia que me tuvieron mis compatriotas.

Tus personajes recurrentes son pingüinos... ¿Por qué elegiste a un animal tan raro, tan poco flexible?

Para mí eran perfectos. Me llama la atención que no se los haya usado más.

¿No es un animal poco expresivo?

¡Al revés! ¡El pingüino es Chaplin! Si miras un documental de pingüinos muy rápido, te empieza a resultar gracioso. Caminan raro, se tropiezan...

¿A estas altura eres un experto?

Sí, ahora soy experto en pingüinos.

¿No lo eras antes?

No, para nada [risas]. Yo pensaba que volaban [carcajadas]. Me encanta esa contradicción de que sean un ave que no puede volar. Es imposible no identificarse con un personaje tan querible. Es un pájaro en el cuerpo de un pescado [risas]. Es un pájaro travesti [carcajadas]. Es terrible lo que les pasa. Además es algo muy sudaca. Los tenemos en el sur mientras el primer mundo no los tiene... ¡Un milagro! [risas].

Te representas a ti mismo como un conejo. ¿Por qué?

El conejo apareció en un viaje a Berlín. Empecé a hacer un diario y para no dibujarme yo mismo hice un conejo. Me parecía simpático y además me daba cierto disfraz. Me daba vergüenza dibujarme a mí mismo. Las veces que me dibujo termino llorando y agredido por mis personajes... En fin, eso es para un psicólogo, no para una revista...

¿Cuál es la primera reacción de la gente ante tus cuadros?

Creo que vienen esperando lo que ya conocen. Esperan dibujos gigantes de Enriqueta y de los pingüinos y se asustan un poco... Como que se frustran [risas].

¿No los asustarán los precios? [sus cuadros llegan a alcanzar un precio de 4.000 dólares]

No sé [risas]. Al principio los cobraba muy barato. Yo veía que me decían: «¡Fa, buenísimo!» y se llevaban como cinco cuadros. De golpe me di cuenta de que algo andaba mal, que se tienen que llevar uno y que les duela un poco [risas].

Digamos que históricamente el cómic nunca sirvió para ganar plata. Tú la estás ganando... ¿Sientes culpa?

Y sí, culpa te da... Yo no compraría mis cuadros por esos precios. Ni loco. Sí compraría los de Max Cachimba.

Debe de ser difícil ponerle precio a lo que uno hace.

A mí me cuesta mucho entender el mercado. ¡Siento que en vez de cobrar yo debería pagar! Por eso me alivia tener un agente que me cuide [risas]. 

PABLO HOLMBERG  (15-11-1979. Buenos Aires)

Nombre artístico: Kioskerman.

Sus maestros: Hergé, Schulz, Tony Millonaire, Kaz, Frank Santoro, Sfar, David B., Christophe Blain, Miguel B. Nuñez, Tezuka, Chester Brown, Kevin Huizenga, James Kochalka, Ron Regé J. R., Max Cachimba, Lucas Nine...

Su estilo: «La duda permanente».

Su historia: Comenzó a los 24 años, «sin saber dibujar y sin asistir a ninguna escuela». Ahora tres editoriales van a publicar sus trabajos.

por qué dibuja: «El dibujo es sólo una herramienta para contar historias».

Liniers dice de él: «Es pura sensibilidad y poesía. Este año su primer libro va a ser publicado en varios países. Es conmovedor todo el tiempo».

Web: www.kioskerman.com.ar

IGNACIO MINAVERRY  (19-11-1978. Buenos Aires)

Nombre artístico: Minaverry.

Sus maestros: Luis Scafati y Pablo Sapia.

Su estilo: «Lo desconozco».

Su historia: Prefiere no responder. «No sé por dónde empezar».

Por qué dibuja: «Porque tengo un montón de cosas metidas en el cerebro que necesitan salir por algún lado».

Liniers dice de él: «Con mi editorial vamos a publicar su primera novela gráfica en la Argentina. Es uno de los dibujantes más completos y refinados que conozco. Con una seriedad para la investigación digna de Hergé o Pratt».

Web: No tiene.

JUAN MATÍAS LOISEAU (21-5-1974. Buenos Aires)

Nombre artístico: Tute.

Sus maestros: Quino, Caloi, Fontanarrosa, Langer, Rep, El Roto, Chumy Chúmez, Oski, Steimberg y Sempé.

Su estilo: No responde. «No lo sé».

Su historia: Desde 1999 publica en La Nación y en medios de México, Estados Unidos, Francia y otros países. Cuatro libros de humor gráfico y dos de poesía. Dos cortometrajes. Prepara su primer largo y un disco de tangos.

Por qué dibuja: «Para expresar mis ideas, mis dudas y mis sentimientos».

Liniers dice de él: «Un gran autor de humor gráfico. Un dibujante que está haciendo una obra clásica en este mismo instante».

Web: www.tutehumor.com.ar

JORGE GONZÁLEZ   (14-07-1970. Caracas, Venezuela)

Nombre artístico: no usa.

Sus maestros: Moebius, Horacio Altuna y José Muñoz.

Su estilo: «El que me va saliendo cada vez».

Su historia: «El tablero de dibujo es un muy buen sitio para estar un rato cada día».

Por qué dibuja: «Porque necesita contar algunas cosas, escribirlas y finalmente dibujarlas».

Liniers dice de él: «Acaba de publicar en España una novela gráfica, Fueye, sobre el siglo XX y el tango maravillosamente dibujada y relatada».

Web: www.jfgv.blogspot.com

JUAN PABLO GONZÁLEZ  (1969. Rosario)

Nombre artístico: Max Cachimba.

Sus maestros: «Muchos, muchos y variables según épocas. No puedo dejar de mencionar a Gary Larson, infalible referente a toda hora».

Su estilo: «Caprichoso, variopinto, de tono tragicómico y dibujos discretos».

Su historia: «He dibujado historietas disímiles, aunque no mucha cantidad».

Por qué dibuja: «No lo sé exactamente. Por lo pronto, para ganarme el pan. Es un trabajo que disfruto y me divierte».

Liniers dice de él: «Es el gran historietista argentino de los últimos veinte años, el gran secreto, el tapado. Max Cachimba es un hombre misterioso que se reinventa cada veinte minutos».

Web: www.flickr.com/photos/max_cachimba

DIEGO ALEJANDRO PARÉS  (11-5-1970. Buenos Aires)

Nombre artístico: Diego Parés.

Sus maestros: Podetti, Fayó, Carlos, Nine, mi hermano Pablo, Crumb...

Su estilo: «Voy mutando según cada trabajo. Soy un esquizofrénico gráfico».

Su historia: Publica desde los 14 años. Nunca se dedicó a otra cosa. Entre los 21 y los 28, aún en psiquiátricos, siguió dibujando.

Por qué dibuja: «Dibujo para vivir y vivo para dibujar. No me lo pregunto, soy un hombre de acción. Y, claro, dibujo para que me quieran desde ya».

Liniers dice de él: «Es el historietista camaleón. Puede hacer todo tipo de dibujo y de técnica. Un virtuoso».

Web: www.diegopares.blogspot.com