Música

Black Crowes desatan la euforia y Soul Asylum llenan de magia el Azkena 2009

Mike Farris, en el Azkena 2009.
SILVIA MANZANO

Con las vibrantes actuaciones de Jayhawks y Quireboys aún resonando en Mendizabala, y con el temor de que las funestas predicciones meteorológicas arruinaran la experiencia, los asiduos al mejor festival de música de este país, organizado por Last Tour International, regresaron a Vitoria para disfrutar del Azkena 2009, por primera vez en mayo, y por séptima atestado de grandes bandas.

Y hubo una que sobrevoló sobre el resto, y que brindó una de las actuaciones más emotivas, intensas, mágicas y, a la vez, sangrantemente incomprendidas que se recuerdan. Soul Asylum, el grupo liderado por Dave Pirner, y que contó con la ayuda del carismático Tommy Stinson al bajo, brindó el viernes el mejor concierto del fin de semana, algo verdaderamente inolvidable. El clima alavés, que fue idóneo, pareció conjurarse y dejó a los analistas del tiempo en muy mal lugar, por cierto.

Antes, no hubo nada que igualara semejante  exhibición. El jueves, como viene siendo habitual, fue la jornada más prescindible, aunque Burning, con su rock canallesco y provocador, y con temas sublimes como Jim Dinamita o Esto Es Un Atraco, destacaron sobre el resto y brindaron el primer gran momento de esta edición.

Elliot Brood, al día siguiente, cumplieron en un escenario excesivamente grande y a una hora excesivamente tempranera para su propuesta de folk-rock siniestro y crepuscular. Los Faboulous Thunderbirds, que tocaron a continuación, derrocharon tablas y experiencia, pero su repertorio bluesero no terminó de encandilar. Convenció un poco más el show de Dr. Dog, que sonó inauditamente potente.

Y quien sí había enamorado absolutamente por la mañana en la plaza de La Virgen Blanca armado con su guitarra, y volvió a agotar los elogios por la tarde respaldado por su banda, fue Eli 'Paperboy Reed', uno de los grandes hallazgos de la música soul en muchísimo tiempo, un tipo de 24 años cuya sobria y dulce apariencia esconde un volcán de sentimiento negroide, y que provocó con toda justicia que el público le rindiera una de las ovaciones más atronadoras.

Los Zombies, que no provocaron demasiadas satisfacciones, antecedieron al doblete musical más estimulante de la edición,  Soul Asylum y Black Crowes, dos de los mejores grupos de los 90's, y que actualmente continúan en plena forma.

Había dudas, por las turbulencias vividas en el seno de ambas bandas en los últimos años, y que provocaron que el ritmo de sus lanzamientos decreciera y que su propia existencia pendiera de un hilo, pero ambas formaciones se han sobrepuesto a los reveses y continúan marcando diferencias.

Huracán

Soul Asylum tuvieron que lidiar, además de con la condición de improvisados teloneros de los hermanos Robinson, con un público cuya actitud vegetativa no se correspondió con el huracán que azotó el escenario. Pirner, con toda la razón del mundo asistiéndole, hizo gestos de desaprobación, incluso bromeó con el batería ante semejante panorama, pero no halló respuesta de la audiencia, quizá con miedo de lucir una imagen poco madura y auténtica y de venderse al rock de los 90's que Chris Robinson ya se encargaba de parodiar, con dudoso éxito, en cada entrevista de la época.

Eso sí, hubo algún que otro fan irreductible y ciertos escépticos que acabaron rendidos. Esa arrebatadora mezcla de sonido grunge y rock americano, con tintes punk, sonó a gloria, y maravillosas composiciones como Cartoon, Somebody To Shove, Misery, Black Gold, Runaway Train o Stand Up And Be Strong fueron ejecutadas con enorme pasión y visceralidad, dos atributos que no abundan en el rock actual, por desgracia.

Que se permitieran la licencia de ningunear el superlativo Candy From A Stranger y que casi nadie lo echara en falta debería cerrar cualquier debate sobre la grandeza de este grupo.

Donde no existen dudas, en cambio, es en subrayar el enorme nivel de los Black Crowes. La calumnia tan extendida de que es el último gran grupo de rock americano quizá multiplique las expectativas a cada paso que dan, y con un repertorio tan rico, profundo y acertado es imposible contentar a todos, pero lo cierto es que el show fue convincente.

Los fans de sus trallazos más directos quedaron colmados, porque tocaron prácticamente medio disco de debut, y los seguidores de su faceta más jam y lisérgica tuvieron casi un cuarto de hora de delirio, con una Thorn In My Pride alargada hasta la extenuación. Chris Robinson, con su imagen de predicador hippie, lideró con brío la actuación, que tuvo en Oh Josephine y Soul Singin dos de sus momentos más álgidos.

Eletric Eel Shock, con su garage-rock  incendiario, y con uno de los componentes luciendo un calcetín en su miembro al más puro estilo Red Hot Chili Peppers, pusieron un divertido broche a la jornada del viernes.

El sábado, tras la actuación del siempre entrañable Jonny Kaplan, le llegó el turno a Woven Hand. Su música densa y apocalíptica está diseñada para un entorno más íntimo, y adentrarse en esa inclasificable liturgia punk y folk es una tarea ardua, pero justo es reseñar que David Eugene Edwards, con su guitarra, su amplificador vocal y sus espasmódicos movimientos tiene un carisma desbordante.

Agridulce

Aunque, también es de recibo admitirlo, si hay alguien a quien le ha sobrado magnetismo escénico en Vitoria, como ya demostró en 2004, es Mike Farris. Lo suyo no deja de ser un caso agridulce, de todos modos. Después de disolver Screamin' Cheetah Wheelies, y de ofrecer en los 90's uno de los mejores discos de la historia del rock (Magnolia) y hace un lustro un concierto inmenso en el Azkena, ha iniciado una correcta carrera en solitario, aunque a mucha distancia de lo ofrecido con su banda.

Su segundo álbum, Salvation In Lights, es el que casi monopoliza sus actuales shows. Es un disco gospel, de temática religiosa, y para el que se sirve de una exuberante banda, con dos coristas incluidas.

Él está en un estado de gracia paranormal, tanto a nivel vocal como escénico, y el modo en el que esas canciones suenan con garra y llenas de alma es digna de elogio.

Pero que haya decidido predicar la palabra del Señor en lugar de comandar una fabulosa banda de rock como SCW, que por edad y actitud aún podría hacerlo seguramente veinte años más, no deja de ser un poco decepcionante. Aunque siempre es un placer oírle dejarse las entrañas, y su inminente gira acústica (19 de mayo en Madrid; 20, en Barcelona) nos permitirá paladear otros registros, que también domina a la perfección.

A continuación, ni Molly Hatchet, con su afilado rock sureño, ni The Soundtrack Of Our Lives, con su alucinógeno pop-rock, decepcionaron a sus fans más acérrimos.

Fun Lovin' Criminals tampoco lo hicieron, aunque no rayaron a su mejor nivel. Huey, que parece un tipo escapado de Los Soprano, es capaz de mantener el interés del público con un simple movimiento de entrecejo, con esa elegancia y porte cinematográfico que le distinguen, pero su directo, ubicado erronéamente en el escenario grande, no fue especialmente memorable, aunque sus oportunistas guiños al rock clásico con Foxy Lady (Jimi Hendrix) y Rock And Roll (Led Zeppelin) y varios de sus temas más célebres (Korean Bodega, Scooby Snacks) provocaron la comunión con el público. Su absurda aceleración de Fun Lovin' Criminal fue gratuita e innecesaria, por cierto.

Y para rematar la fiesta en el escenario principal,  el otro cabeza de cartel, Alice Cooper, y en medio de una avalancha de efectos escénicos entre las que destacó su propio ahorcamiento, demostró estar en buena forma, con un repertorio plagado de grandes temas como Elected, No More Mr. Nice Guy o Welcome To My Nightmare.

La banda que lleva no es excesivamente sobresaliente, y hubo ciertos altibajos, pero fue una divertida sucesión de himnos y paranoias escénicas. Tras el show, unos se quedaron a ver a Toy Dolls, otros compraron bocadillos y cervezas, otros plegaron velas y se retiraron a descansar, pero seguro que la mayoría comenzará a aguardar con impaciencia la próxima edición.

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