Etnias ancladas en el neolítico junto a carteles electorales en Camboya

  • Las mujeres se encargan de la leña y el agua, a kilómetroas de distancia.
  • Los hombres construyen los chamizos y talan los árboles.
  • No van al médico,  confían su salud al sacrificio de animales.
Zona de Ratanakiri que significa montaña de las piedras preciosas.
Zona de Ratanakiri que significa montaña de las piedras preciosas.
Zona de Ratanakiri que significa montaña de las piedras preciosas.
Las etnias camboyanas tampuan, jarai y khreung viven ancladas en el neolítico pese a los carteles de propaganda  del Partido del Pueblo de Camboya presentes en las aldeas, y hasta el último rincón del país, para recordar a todos quien gobierna.

Pum Chru es un asentamiento tampuan formado por una docena de cabañas ensambladas con cañas, madera y paja y que sus inquilinos comparten con gallinas, cerdos y vacas que pacen a sus anchas.

No falta en el lugar una red que cruza una rudimentaria pista de voleibol, ni el tótem del que cuelgan las ofrendas para contentar a los espíritus. La vida en la aldea transcurre como sus habitantes dicen que siempre transcurrió,

igual hoy que ayer y quizás que mañana, con una distribución de las tareas marcada por el sexo.

Las mujeres se encargan de la leña y el agua, lo que a veces supone una caminata de kilómetros, una función que asumen desde niñas y que desempeñan hasta que el cuerpo les aguante.

Los hombres distribuyen sus quehaceres entre la construcción de los chamizos, la caza y la tala de árboles.

Todos ellos, hombres y mujeres fuman sin cesar una picadura que lían con hojas o el recorte del periódico que algún comerciante ambulante olvidó.

La vida indígena basada en la explotación de los recursos naturales de los bosques, el cuidado de una pequeña huerta y la cría de animales es frágil, aunque les haya bastado para subsistir desde hace siglos. La

escuela más próxima la colocaron las autoridades a varios kilómetros, casi tan lejos como el primer centro sanitario.

Rocham Pin perdió tres de sus diez hijos porque no llegó a tiempo al ambulatorio que, en cuestiones de salud, no siempre es la primera opción para un colectivo de creencias animistas y en el que todo se explica a través de los espíritus.

Si alguien enferma, se confía la recuperación del interesado al sacrificio de una gallina; si empeora, un cerdo; y si el caso es mortal de necesidad, un búfalo.

La monótona rutina del pueblo la rompe un vendedor ambulante de helados: un jemer, que aparece subido a una motocicleta que lleva adosada un sidecar en el que carga una nevera y un equipo de música.

"Me marché de Kompong Cham porque allí no tenía tierras ni vendía nada. Ahora voy de pueblo en pueblo", relata el heladero, quien presenta los mismos rasgos de pobreza que la de su clientela.

Los forasteros han introducido en Pum Chru y en otras aldeas de Ratanakiri (montaña de las piedras preciosas) nuevo hábitos y necesidades, como las motos, el televisor con batería y el alcohol.

Las mujeres, sobre quienes recae la obligación de acudir al mercado para vender las hortalizas, deben además desentrañar los misterios y leyes del libre mercado sin que sepan, en la mayoría de los casos, hablar el idioma de sus clientes.

"Vivimos como lo hemos hecho siempre", afirma Yan, tras depositar frente de su casa el décimo cargamento de leña de esa tarde y sin mostrar demasiada preocupación por el futuro.Un futuro no tan claro con la modernización y el progreso que venden a bombo y platillo las autoridades y que, entre otras cosas, supone la proliferación incontrolada de las

plantaciones de caucho que se comen las tierras de los indígenas y los bosques que les alimentan.

Al jefe de Pum Chru, llamado Chrit, le ocurre lo mismo que a su paisano Yan, está en paz con los espíritus y no tiene nada que temer.

"No tenemos ningún problema, porque sacrificamos dos búfalos cada año", dice Chrit.

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