Calle20

Relatos breves

1 EL BOSQUE Y LA MONTAÑA, TIERRA

Quería salir de la jungla de asfalto y decidí coger el tren y dejar que mis sentidos me guiasen, una vez fuera del mismo me encontré rodeada de árboles y de un olor a oxigeno, a clorofila, a pino, a tierra, a todos esos olores juntos, entremezclados, que me hacían perder los sentidos, una vez hube respirado a fondo un par de veces, empecé a fijarme en las diferentes formas y colores que aquel lugar me regalaba, árboles centenarios con sus grotescas formas y raíces que prolongaban su espacio saliendo del corazón de la tierra, una gama de colores que partiendo del verde se aclaraba a naranjas, ocres, marrones, difuminándose a placer ofreciendo al mundo una estampa, que a un pintor retaría.

A medida que avanzaba, los sonidos de las hojas y pequeñas aves deleitaban mis oídos. Llegué al corazón del mismo, y me di cuenta, que aquel lugar tan solitario, ofrecía calma y relajación, me senté en un tronco y cerré los ojos para poder escuchar aún si era posible los sonidos que el andar con mis torpes pies ahuyentaba y acallaba, en esos momentos, creí estar en una isla virgen llena de pequeños animales que se comunicaban entre si, y en la que yo no interfería, ni para bien ni para mal. De nuevo abrí los ojos, y aquel lugar me pareció aún más bello, permanecí unos segundos contemplándolo.

2 EL MAR, AGUA

Bajando por la montaña, de repente vi el mar, creo que me enamoré de él en ese preciso instante, como estaba tan lejos y se veía tan amplio decidí ir a él, cuando llegué, pude apreciar su movimiento coqueto, su singular sonido y su gran belleza.

La atracción que sentí me hizo descalzarme y dejar que su cosquilleo acariciase mis pies, tal imán poseía sobre mí, que sin desnudarme entré en sus dominios, sentía frió y placer, una vez dentro me dejé seducir por su olor salado, para dejar de sentir frío me zambullí completa, buceé como una exploradora de tesoros, busqué y rebusqué pero aparte de algún cangrejo y pequeña coquina, nada hallé.

Sentir la arena fina que se deslizaba entre mis dedos con una suavidad como la seda fue una terapia al tacto. Ahora estando dentro sentía su calor y tan solo la suave brisa que jugaba con mi cabello me recordaba el momento desagradable que sería mi salida de allí, no obstante permanecí unos momentos más que se transformaron en horas.

3 LA BRISA, AIRE

Empapada de pies a cabeza y sin posibilidad de secarme, quedé a merced de la brisa que juguetona como una niña iba cambiando de dirección. Me vi buscando los últimos rayos de sol para sentir algo menos de frío y poder secarme más rápidamente, cuando tan sólo seguía mojada sin chorrear agua, empecé a dirigirme hacia mi casa, seguí mi camino sin coger ningún transporte. Mientras caminaba, me di cuenta que la brisa parecía seguirme, pues mis cabellos rápidamente secaron.

Parecía tener muchas ganas de juego pues el cabello no paraba de cambiar de dirección, de pronto lo tenía en la cara y al momento siguiente lo levantaba ondulante hacia atrás, o a un lado u otro, era imposible controlarlo.

Con resignación dejé que hiciese de las suyas, y al poco tiempo estaba disfrutando de su indecisión, sus movimientos eran suaves aunque alguno que otro me sorprendió, seguí caminando y casi me desvié de mi camino a casa, pues de alguna manera yo empecé a participar de su vaivén, seguí caminando por caminos inusuales y me encontré con un amigo, el cual viendo que mis ropas estaban mojadas y que su casa estaba cerca me ofreció subir y cambiarme y como el frío estaba haciendo mella en mi acepté.

4 EL HOGAR, FUEGO

Llegué arriba y entré en una habitación para quitarme la ropa, me envolví con una toalla como si de un rollito de primavera fuese, cuando salí de la habitación, mi amigo recogió mis ropas y encendió el hogar, mis ropas en primera fila apoyadas en una silla para que el calor del fuego las fuese secando y yo acercándome suficientemente al fuego para quitarme el frío que había calado en mis huesos, una vez empecé a sentir el abrazo cálido del fuego, mi amigo me puso al día sobre su vida, y yo aunque escuchaba su relato me perdía en las brasas rojizas y en sus chispeantes crujidos, parecía tan atrayente y tan poderoso que si no hubiese sido por el hecho de saber que realmente es peligroso creo que me hubiese acercado aún más a él, mi amigo notó el poderoso efecto que el fuego parecía tener en mí y como si de un juego se tratase empezó a inventar historias de infiernos y demonios, sucumbí a esos relatos, me imaginé que yo era un alma maltratada y que estaba condenada a estar rodeada de ese calor infernal para toda la vida, e imaginando, imaginando, me quedé dormida.

Cuando pasaron unos minutos me levanté, y seguí mi camino, se me empezó a hacer pesado pues iba cuesta arriba, prácticamente sin aliento llegué a la cima de una montaña, me sentí en la cima del mundo, aunque no era una gran montaña, miré al cielo, y me dio la sensación que era el azul más intenso que jamás contemplaron mis ojos, lo recorrí hasta el horizonte donde se juntaba difuminadamente con el mar.