Sevilla

Las palomas de Sevilla se van a El Rubio, Lebrija, Extremadura...

“Jamás he visto nada igual. Han llegado dos operarios en furgoneta, les han echado comida a las palomas y se han llevado entre 15 ó 20 en una jaula. Algunas, con suerte, han salido volando”, dice un vecino del centro.

Ocurrió ayer sobre las 10.30 h en la plaza de La Gavidia, uno de los sitios donde hay mayor concentración de palomas, junto con el Parque de los Príncipes o El Salvador. Este método, desconocido para muchos sevillanos, no es nuevo.

Sirve para reducir su número y funciona desde principio de los años 90 gracias a un convenio entre el Ayuntamiento y la Protectora de Animales. «De las 60.000 palomas que había cuando empezamos, ahora quedan sólo unas 20.000», explica Rodolfo Espejo, miembro de la Sociedad Protectora.

Sevilla sufre una superpoblación de estas especies. ¿La razón? El puerto es granícola y la comida les sale gratis. Por ensuciar, molestar y ser vehículos de enfermedades, el Ayuntamiento recuerda que darles de comer en la calle «está prohibido, ya que esta comida acaba siendo alimento para las ratas».

A la Protectora

Las palomas capturadas ayer en La Gavidia están ya en el palomar de la Protectora. Allí las desparasitan, tratan con antibióticos y analizan sus heces y sangre. Tras los resultados, sólo sacrifican a las que tienen enfermedades infecciosas incurables.

El resto, las hacen llegar a pueblos de la provincia y ciudades donde las solicitan porque allí escasean. Ya hay palomas de Sevilla en El Rubio, Lebrija, en la zona norte, en Extremadura e incluso en la aldea de El Rocío.

Además, quienes las observan, comentan que cada vez hay menos blancas y más negras y grises debido a que se han mezclado. El Ayuntamiento descarta esterilizarlas con anabolizantes porque los niños podrían comerse el trigo infectado por accidente.

Por cada una, 200 ejemplares en tres meses

Por cada paloma y sus descendientes nacen 200 ejemplares en tres meses. Cada hembra pone un par de huevos y suelen vivir de dos a cuatro años. Su gran problema es que son muy dañinas para los monumentos debido a la alta concentración de ácido que tienen sus heces. «Si hace calor, los excrementos se secan y no pasa nada. Si hay humedad, corroen la piedra», explica Espejo.

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