Cine

De los vampiros de Jarmusch a la violencia de 'Big Bad Wolves'

Una de las películas a priori favoritas de la sección oficial fantástica en competición en esta edición del Festival de Sitges era la israelí Big Bad Wolves. Llegaba precedida de muy buenas críticas a su paso por otros certámenes internacionales. También ha sido una de las más aplaudidas aquí.

Dirigida por Aharon Keshales y Navot Papushado relata una historia de venganza, la que emprenderá el padre de un niña asesinada, con la ayuda y complicidad inicial de un policía, contra el principal sospechoso: un apocado profesor que podría ser pedófilo y asesino en serie. Las pruebas no son determinantes, pero hacia él dirigirá toda su furia, principalmente, a lo largo de un interrogatorio que incluirá diversas torturas.

Tensa, dura y aún así con abundantes dosis de humor. Big Bad Wolves es también muy tarantiana y sobre todo su escena inicial —en los títulos de crédito— resulta magnífica con 2 niñas y 1 niño jugando al escondite. El desarrollo es ya más forzado en algunos momentos, y añade algunos toques críticos respecto a la difícil convivencia entre árabes y palestinos. Efectista y efectiva, es uno de los largometrajes que podrían tenerse en cuenta en el palmarés final que se concederá este sábado.

No menos aplaudida, e impactante, fue la norteamericana Cheap Thrills, de E.L. Katz, y realizada también con un presupuesto bajo. Una película que tiene en común la espiral de violencia que se irá generando, pero en este caso a partir de un inicio de lo más inocuo. Un padre de familia con graves dificultades económicas que se reencuentra con un viejo amigo.

Ambos aceptarán en un bar la invitación de una pareja de extraños, un extravagante individuo forrado de pasta y su joven y bellísima rubia acompañante, para participar en un juego de apuestas, en un primer lugar de lo más inocentes, después brutales. Ponen a prueba ese dilema de ¿hasta donde estarías dispuesto a llegar por dinero?

Jarmusch y 'The Congress'

Only Lovers Left Alive es la nueva obra del veterano Jim Jarmusch. Una inmersión en el universo vampírico que es en realidad el del mismo Jarmusch y su pasión por la música, la cultura o las cuestiones existenciales.

El misticismo de la ciudad de Tánger y Detroit con su mitología relacionada con la música son los principales escenarios de la película interpretada por Tilda Swinton, Tom Hiddleston y Mia Wasikowska, los 3 vampiros que llaman "zombis" a los humanos mortales, por su capacidad de contaminar y destruir todo aquello que puede haber de bueno en la sociedad. Una película atomsférica, reflexiva, contemplativa, cool y para muy fans de Jarmusch.

Otra proyección esperada era la de The Congress, en la que el director también israelí Ari Folman (Vals con Bashir) adapta libremente la novela de Stanislaw Lem. Imagen real y animada en un ingenioso juego metalingüístico, del cine dentro del cine, y sobre las necesidades de las personas de querer ser otras identidades, preferentemente las de las celebridades y famosos que adoran.

La actriz Robin Wright —la protagonista de La princesa prometida o Forrest Gump— acepta a sus 44 años la oferta del magnate de un poderoso estudio para escanear todas sus emociones y movimientos. Preservarla como actriz, siempre joven, en formato digital. Hay una escena maravillosa con su represante, Harvey Keitel, declarándole su amor mientras ella es escaneada, recibiendo los flashes de la máquina que va "copiando" todos sus sentimientos y reacciones. The Congress se mueve entre A Scanner Darkly —que usaba la rotoscopia para captar los movimientos reales de los actores y convertirlos en animación—, y ¿Quién engañó a Roger Rabbit? versión filosófica e intelectualizada. Densa y difícil de digerir, tal vez el tiempo le vaya otorgando categoría de obra de culto.

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