Por la isla de Lanzarote, a los pies de montañas de fuego

  • Sus paisajes volcánicos la convierten en un prodigio de la naturaleza.
  • La UNESCO declaró a Lanzarote Reserva de la Biosfera en 1994.
  • Impactante el Parque Nacional de Timanfaya: un inmenso mar de lava.
Una panorámica general del Parque Nacional de Timanfaya.
Una panorámica general del Parque Nacional de Timanfaya.
WIKIPEDIA/Gernot Keller
Una panorámica general del Parque Nacional de Timanfaya.

La isla canaria de Lanzarote conjuga naturaleza y ocio, modernos equipamientos y arquitectura tradicional. César Manrique, el artista más universal de la isla, imprimió su huella imperecedera en los espacios de gran belleza y espectacularidad, esculpiendo la abrupta naturaleza de un paisaje eminentemente volcánico.

Lanzarote, la isla más oriental de las Canarias, tiene la autosuficiencia de saberse, más que especial, única. Sus impresionantes paisajes volcánicos, a veces emulando la cara oculta de la luna, otras como lenguas de fuego congeladas en movimiento, convierten la ínsula en un prodigio de la naturaleza sin parangón.

La ruta de los volcanes

Lanzarote respira aire de excepcionalidad, de exotismo. La UNESCO declaró a Lanzarote Reserva de la Biosfera en 1994, distinción que ha expandido su nombre más allá de toda frontera. En la actualidad, la isla es referente mundial de la arquitectura tradicional y todo un ejemplo de armonía entre paisajes naturales y zonas de ocio y cultura.

"El día primero de Septiembre de 1730, entre nueve y diez de la noche, la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya, a dos leguas de Yaiza. En la primera noche una enorme montaña se elevó del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante diecinueve días".

Así relataba en un manuscrito un testigo, el cura de Yaiza Don Andrés Lorenzo Curbelo, los inicios de la espectacular erupción acaecida en Lanzarote en el siglo XVIII, actividad volcánica que aún queda en los anales de la historia como una de las mayores acaecidas a nivel mundial, no sólo por la gran cantidad de material arrojado, sino por la duración de la misma: comenzó en septiembre de 1730 y acabó en abril de 1736.

Como resultado de tan virulenta erupción, quedan hoy en día alrededor de una treintena de cráteres visibles en el Parque Nacional de Timanfaya, uno de los mayores centros turísticos del mundo. Los volcanes emitieron una gran cantidad de lava durante el periodo anteriormente citado, que, en colisión con el mar acabó por solidificarse, ampliando considerablemente la extensión de la isla. Lanzarote se transformó por completo. Nueve pueblos quedaron enterrados: Tingafa, Montaña Blanca, Maretas, Santa Catalina, Jaretas, San Juan, Peña de Plomos, Testeina y Rodeos y los que sobrevivieron tuvieron que afrontar la hambruna y el desamparo. Muchos terminaron por emigrar.

El núcleo principal de la erupción fue el macizo del Fuego, siendo su cima más alta de 525 metros. Desde el mirador natural de Montaña Rajada, situado a unos 350 metros de altura, puede contemplarse una de las imágenes más impactantes del enclave: un inmenso mar de lava que se extiende por la práctica totalidad del Parque Nacional de Timanfaya y que se extiende hasta el mar, un manto sobre el que se elevan algunos conos volcánicos.

Cerca de la montaña del Timanfaya se asienta el imponente volcán La Caldera del Corazoncillo, uno de los mayores cráteres de explosión de la isla.

Naturaleza poderosa

Pese a que las últimas erupciones acaecidas en la isla tuvieron lugar en el año 1824, el conjunto volcánico dista mucho de estar inerte. Existen puntos de calor en la superficie que alcanzan los 100-120ºC y los 600ºC a tan sólo trece metros de profundidad. La actividad volcánica está constantemente supervisada por científicos, quienes garantizan la seguridad del parque y no ponen trabas a ciertos “experimentos” reveladores de la poderosa naturaleza sobre la que se pisa.

Uno de los fenómenos más aplaudidos es observar como un simple vaso de agua, introducido en una grieta, se transforma en cuestión de segundos en un poderoso geiser. Otra “prueba de fuego” muy popular es introducir un matojo de hierba seca en una hendidura. En pocos segundos, la temperatura de la corteza hará que arda.

Una de las mejores y pintorescas formas de recorrer el Parque Nacional de Timanfaya es a lomos de un dromedario. En las instalaciones ofrecen la posibilidad de disfrutar de un corto paseo en dromedario por un sendero sobre la ladera sur de la montaña de Timanfaya, enmarcado por un paisaje de cenizas y lavas. Al volver, en el Museo-Punto de información una exposición permanente informa sobre las características geológicas del Parque y sobre los distintos aperos y útiles que se utilizaban antiguamente en el uso de los dromedarios para las labores agrícolas.

Unas vacaciones ociosamente deportivas

La versátil isla de Lanzarote oferta una multitud de opciones de ocio y deportivas. Merece la pena dejarse embrujar por la espectacular acústica de Jameos del Agua y su auditorio natural, obra del artista César Manrique. En la cueva volcánica, cuya belleza natural ha sido combinada perfectamente con la aportación del hombre, se programan regularmente conciertos y las actuaciones más importantes de la isla. También en su seno se celebran los afamados Festivales de música visual de Lanzarote, un espectáculo capaz de despertar todos los sentidos.

Los deportistas también harán de Lanzarote su feudo. Los lobos de mar encontrarán un paraíso de instalaciones, desde varios puertos deportivos hasta clubs náuticos donde compartir vivencias. En tierra firme, el golf es uno de los deportes con más presencia en las Islas Canarias, donde proliferan los campos. En el caso de Tenerife, Costa Teguise Golf  permite hacer hoyos en un circuito que combina la exuberancia de la vegetación con la aridez de los paisajes volcánicos. Las tarifas oscilan entre los 41 y los 68 euros, dependiendo de la modalidad de juego escogida y la temporada del año.

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