El mundo hiperreal pero extraño del argentino Diego Gravinese
- El pintor de La Plata ha consolidado uno de los estilos más característicos entre los artistas plásticos del Cono Sur.
- Sus acrílicos de realismo fotográfico no admiten una explicación racional.
- Le gusta que la pintura plantee dilemas "sin resolver".
Diego Gravinese (La Plata-Argentina, 1971) es uno de los pintores del Cono Sur más demandados en las ferias de arte del mundo. Su técnica hiperrealista es prodigiosa, pero no es la perfección formal lo que le ha colocado entre los elegidos. El toque Gravinese es el añadido de contenidos extraños que nunca admiten una explicación racional.
Como muchos artistas plásticos de su generación, Gravinese pinta desde la mirada fotográfica, con intención de recrear de manera totalmente realista escenas de la vida cotidiana del mismo modo que podría hacerlo una cámara. Pero a este pintor argentino de ya larga carrera y consolidad posición le gusta que la pintura plantee dilemas "sin resolver", asuntos que no tienen o parecen no tener explicación racional.
Cristales que nacen del techo
Una mucha asomada a un risco contempla como un súper-bombardero militar arroja explosivos sobre un lago, una pareja hace el amor mientras del techo del cuarto nacen cristales misteriosos, una cacatúa montada en una minibicicleta comparte lienzo con el paseo espacial de un astronauta...
La emoción exacta que reside en los acrílicos de Gravinese es difícil de precisar: quizá extrañeza, soledad, alienación o, simplemente, el más puro de los surrealismos, la libre asociación inconsciente de temas. Él prefiere no ser demasiado concreto y dice que le gusta la yuxtaposición de imágenes que jueguen entre sí al contraste y a la sociación.
Trivial y con movimientos espasmódicos similares a los emitidos por cualquier canal de televisión, el pintor empezó siendo un punk radical que se encerraba en el garaje y pintaba sin desmayo un cuadro tras otro, durmiendo apenas cinco horas cada día.
De aquella "etapa anoréxica", como la llama, renació gracias al yoga y al amor, pero cayó en un grupo apostólico. Con mucha paciencia salió también de ese nicho y regresó al arte, con el que consiguió reconciliarse.
En 2001 viajó a Nueva York, consiguió colocar su obra en manos de una buena galería y desde entonces se ha convertido en uno de los artistas argentinos con más proyección internacional.