Nos está quedando un final de agosto de lo más entretenido, como si una mente perversa hubiera ideado el guion del culebrón Rubiales y cada día fuese un "y ahora qué toca". Las novelas suelen permitirse licencias que la vida enmienda porque si ya es un esfuerzo bregar con la rutina, no digamos enfrentarnos a lo extraordinario. Lo excepcional queda para la ficción.
En una de mis historias la protagonista se enamora de un cura y, en otra, las trabajadoras sexuales de un prostíbulo aprenden a realizar felaciones con las velas de la catedral, pero lo de la madre del presidente de la Federación haciendo huelga de hambre encerrada en la iglesia de su pueblo, del que su marido fue alcalde, hubiera sido demasiada invención. Ni a Berlanga se le ocurre.
El miedo al cambio nos atenaza si nos resistimos a él. Por suerte, según cumplimos años tenemos la oportunidad de comprender lo inútil de aferrarnos a algo, por mucho que nos guste o creamos inamovible. Aceptar esta "impermanencia" libera, aunque hay quien no la asume y se agarra a lo conocido como naufrago a salvavidas. Detecto en las palabras de Rubiales, en quienes las palmeaban en la asamblea de la RFEF, en ese porcentaje, pequeño pero ruidoso, de comentarios de apoyo, la cerrazón de una mentalidad que no quiere incorporar nuevas formas a su conducta. A su entender "lo de siempre" es lo válido y ahí sitúan los azotes cariñosos y el manoseo de un paternalismo fuera de época. No sirve contraponer el pico de Rubiales a otros besos mediáticos porque la España del Soberano ha muerto: hemos cambiado nosotros y también la forma en que nos relacionamos, lo que antes era aceptado, ya no. Cuando antes lo entiendan los y las Rubiales de turno, mejor les irá.
A su entender "lo de siempre" es lo válido y ahí sitúan los azotes cariñosos y el manoseo de un paternalismo fuera de época.
Prejuzgar que solo los más jóvenes aceptan los cambios es un error. Hay conductas reaccionarias a los veinte y abuelas siempre jóvenes como la influencer Iris Apfel, quien cumplía anoche 102 años enfundada en un Lacroix impresionante. Durante un tiempo dirigí un programa de bodas en la tele. El matrimonio homosexual llevaba pocos años legalizado y estas bodas representaban todavía una rareza en la España rural, sin embargo me llamaba la atención toparme con cierta resistencia en los padres y madres de los novios y novias y una genuina alegría en los abuelos. Los mayores, especialmente ellas, veían en esa unión un tributo al amor sin etiquetas desde la libertad de haber vivido una vida larga y ancha. Los padres seguían apresados en el prejuicio.
Me interesa mucho discernir qué permite a las personas ser flexibles ante lo nuevo y, por el contrario, qué nos hace encastillarnos en nuestras obsoletas creencias, aunque un tsunami alrededor nos diga que estamos equivocados. Los americanos lo llaman 'mindset', ese entramado mental que en apertura capta todo alrededor cual esponja y deshecha las ideas superadas para adaptar unas nuevas mucho más ricas; sin embargo el mindset rígido se aferra a las ideas propias y rehusa las ajenas. Al final su avance es menor y más costoso porque la realidad termina aplastándole. A estas personas les sugiero que alimenten su curiosidad respecto de esa situación que rechazan, porque al hacerse preguntas tienen la oportunidad de contemplarla desde unos ángulos que antes no veían.
El Principio de Equifinalidad de la Teoría de Sistemas explica que se puede llegar al mismo lugar y alcanzar un mismo fin a través de caminos distintos; un concepto que, aplicado a la relaciones personales, nos ayuda a comprender al otro cuando pensamos que solo aquello que creemos es lo correcto. Resulta más eficaz y menos lesivo para la salud física y emocional que hacer huelga de hambre encerradas en una iglesia.
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