El único festival del mundo que aspira a desaparecer

A pesar de las dificultades económicas y las amenazas a la seguridad, la novena edición del FiSahara ha vuelto a llevar la ilusión del cine al rincón más inhóspito del desierto africano. CINEMANÍA estuvo allí. Por ANTONIO DÍAZ (@diazibao)
El único festival del mundo que aspira a desaparecer
El único festival del mundo que aspira a desaparecer
El único festival del mundo que aspira a desaparecer

El tráiler que sirve de pantalla en el Festival Internacional de cine del Sáhara.

El Festival Internacional de cine del Sáhara (FiSahara) es el certamen cinematográfico más peculiar de todos los que se organizan en el mundo, una atrevida afirmación que se sostiene en dos datos contundentes: es el único que se celebra en un campo de refugiados y el único que aspira a desaparecer. Estas dos características no son eslóganes promocionales sino más bien un mantra que los organizadores repiten desde la primera edición, hace nueve años. Es la verbalización retórica de un anhelo: que el FiSahara desaparezca significaría que los saharauis, expulsados del Sáhara Occidental hace 37 años, que ocupó Marruecos en el proceso de descolonización de esta antigua provincia española, han vuelto a la tierra que legítimamente les pertenece y que han abandonado, por tanto, el territorio que acoge su exilio, en la hamada argelina, el lugar más inhóspito del desierto africano, allí donde un proverbio coránico asegura que van a parar los condenados.

El FiSahara, por encima de todo, es una iniciativa humanitaria. Se celebra en la wilaya (asentamiento) de Dajla, en Tinduf (Argelia) y las películas que componen el programa se proyectan sobre una pantalla improvisada en el costado de un tráiler aparcado sobre la arena del centro neurálgico de esta ciudad-campamento. Aquí no hay alfombra roja, sino un infinito manto de arena sobre el que desfilan los saharauis y las estrellas que cada año invita el festival. En esta ocasión, los visitantes de honor han sido intérpretes de la talla de Juan Diego Botto, Eduard Fernández, Aitana Sánchez-Gijón o Malena Alterio. Para los saharauis, el FiSahara es un acontecimiento asentado en su tradición que les permite olvidar por unos días las penurias que configuran su cotidianeidad y viajar a través de esa ventana que abre el cine. Para los visitantes –artistas, periodistas y otros ciudadanos concienciados con la causa–, una excusa para compartir con este pueblo su forma de vida bajo las lonas de sus jaimas con el propósito de dar a conocer su terrible situación, para que no se olvide, para que se resuelva de una vez por todas.

El premio más valioso. No obstante, el FiSahara comparte algunas características con cualquier otro certamen. Las ovaciones y los aplausos miden el grado de aceptación de las películas a concurso y la ganadora recibe un preciado galardón que se dona a la familia que acoge en su jaima a los vencedores: una Camella Blanca, una fuente de alimento importantísimo para este pueblo, por su leche y su carne, cuyo precio supera el equivalente a 1.000 euros. El filme vencedor de esta IX edición que se clausuró el pasado sábado fue el documental Hijos de las nubes. La última colonia, un documental dirigido por Álvaro Longoria, producido y conducido por el actor Javier Bardem y narrado por la actriz Elena Anaya. El germen de este proyecto, que se estrena en España el próximo 18 de mayo, se fraguó precisamente en este festival en el año 2008. En aquella edición, director y actor compartieron jaima y decidieron contar al mundo lo que ocurre en este lugar. La película reconstruye el conflicto desde sus orígenes hasta la estancada situación actual, a la espera desde hace veinte años de que se celebre en los territorios ocupados un referendo supervisado por una agencia de Naciones Unidas -la MINURSO-, la cual ha demostrado su completa inoperancia en estas dos últimas décadas.

Bajo la protección del Ejército. A la edición de este año no han podido acudir por motivos profesionales Longoria ni Bardem (que está rodando Skyfall, la próxima entrega de James Bond), de modo que la organización decidió donar la camella a la gendarmería saharaui, que ha triplicado sus esfuerzos durante estos cinco días para garantizar la seguridad en el campamento. El pasado mes de octubre, dos cooperantes españoles (Ainhoa Fernández y Enric Gonyalons) y una italiana (Rosella Urra) fueron raptados en Rabuni, la capital administrativa de los campos de refugiados. El secuestro fue reivindicado por el Movimiento Yihad en África del Oeste y seis meses después el paradero de estas tres personas aún no ha trascendido.
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A la alerta por la seguridad se sumó a principios de este año otro factor que amenazó la continuidad del festival. A principios de este año los organizadores temían que el festival desapareciese y no precisamente por el feliz propósito al que aspiran, sino como consecuencia de los recortes económicos en Cultura, que han menguado significativamente su presupuesto y han obligado a la organización a recurrir al crowdfunding para financiar una parte del proyecto. El apoyo de multitud de mecenas anónimos y la tranquilidad que ha reinado durante estos cinco días permite decir que esta novena edición ha sido un éxito: un alivio para los impulsores del certamen y para un pueblo que necesita sentirse respaldado en su prolongada travesía en el desierto.
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