El amor y el bistec de Paul Newman

Joanne Woodward y Paul Newman.
Joanne Woodward y Paul Newman.
AFP
Joanne Woodward y Paul Newman.

Había sido su sillón desde que se casaron. El sillón donde le había contado las cosas que importaban y las que le preocupaban. El sillón en el que discutieron lo apropiado de aquella frase que todos recordaban admirados. Porque un hombre como él, tan guapo, tan atractivo, tan buen actor, tan todo, había amado a su mujer, que nunca sería tan nada salvo la muy esposa del actor más guapo de todos los tiempos. Un bistec era mejor que una hamburguesa y tal vez a ella le hubiera gustado la frase si se la hubiera dicho sólo a ella.

Ya no importa. Como tampoco importa la sombra en la que ha vivido con él. Una sombra que ha valido la pena, y que ya no duele. Fue al principio cuando escocía, sobre todo al principio, la admiración, la desmedida pasión de tantas mujeres por él, por ‘su' hombre, porque, aunque luchemos, lo primitivo siempre está ahí, nos sale aunque lo disimulemos. ¿Qué hace ésa tan cerca de ‘mi' hombre?, ¿qué hace ‘mi' hombre hablando tanto con ésa?

Sí dolió y en algunos momentos le generó terribles crisis existenciales, pero continuó con él. Otras parejas se enfrentan a otros problemas, ellos vivieron éstos. La fama, el dinero, la grandeza de un hombre que tenía la misma profesión que ella y a la que dirigió en todas las películas que hizo. Un hombre que la había amado de ese modo que lo compensa todo, hasta la marcha de la pasión y el enamoramiento inicial.

Hoy el sillón está muy vacío, muy viejo, muy sucio. Ella, que ha vivido en la sombra, pero con la fortuna de que esa sombra era el hombre de su vida, renuncia a ocupar el sillón de su hombre. Ese sillón vacío y viejo, seguirá así, como ahora mismo, solo, nadie más se sentará él. Ella se queda en su mecedora y se mueve como si él aún le contara lo que le importa y lo que le preocupa. Se mece y al cerrar los ojos no tiene que sustituir las últimas imágenes del hombre más guapo del mundo, porque hasta el final conservó la belleza, la hermosura y la inteligencia de su mirada, el azul de sus ojos, y esa sonrisa que era tan de verdad que a veces asustaba en ese mundo tan lleno de mentiras. Se mece un poco más y se ríe, al fin le ha encontrado la gracia a la frase, a la comparación, a haber sido en el mejor de los sentidos un bistec, el bistec de Paul Newman.

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