Diez parejas gays con mucho delito

Como en la vida real, las uniones gays del cine pueden ser amables y convencionales... O criminales, como McGregor y Carrey en 'Philip Morris ¡Te quiero!'.
Diez parejas gays con mucho delito
Diez parejas gays con mucho delito
Diez parejas gays con mucho delito

Brandon y Philip (John Dall y Farley Granger en La soga, 1948)

Delitos: Conspiración criminal, asesinato, volver tarumba a James Stewart con tanto plano secuencia.

Los hechos: Basada en los criminales de la vida real Leopold y Loeb, esta parejita de clase muy, muy alta decide demostrar su superioridad intelectual cometiendo un asesinato… Y celebrando una cena sobre el arcón que sirve de ataúd improvisado al muerto. Con La soga, Alfred Hitchcock no sólo logró una de las mayores hazañas técnicas de su carrera (rodar en plano secuencia, sin más cortes que los impuestos por la capacidad de las cámaras) sino que le metió un gol (uno más) a la censura: aunque nunca se mencione en los diálogos, la relación entre los protas salta a la vista.

John y Ratso (John Voight y Dustin Hoffman en Cowboy de medianoche, 1969)

Delitos: Prostitución, estafa, allanamiento, dar mucha pena.

Los hechos: Eternamente patética, esta pareja compuesta por un gigoló heterosexual (o eso dice él) y un estafador de poca monta, enfermo de tuberculosis para más INRI, deambula por los bajos fondos de Nueva York buscándose la vida como puede. Aunque la visión del directorJohn Schlesinger (gay él mismo) pueda parecer condescendiente a día de hoy, recordemos que en 1969 la homosexualidad estaba perseguida por la ley en muchos estados de EE UU. Más abiertamente que ahora, queremos decir. Clasificada 'X' por su crudeza, Cowboy de medianocheganó tres Oscar, entre ellos el de Mejor Película.

Mr. Kidd y Mr. Wint (Putter Smith y Bruce Glover en Diamantes para la eternidad,1971)

Delitos: Asesinatos, muchos asesinatos.

Los hechos: No creemos pecar de homofobia si decimos que estos dos asesinos a sueldo figuran entre los villanos más grimosos de la saga de James Bond. Camuflados tras su apariencia de señores de mediana edad con mucha pluma, los camaleónicos Kidd y Wint se dedican en realidad a silenciar testigos molestos por encargo del malvado Blofeld (líder, recordemos, de la organización criminal Spectra) y su eficacia en ese menester es tal que pusieron en aprietos al mismísimo 007, tan hetero como sólo Sean Connery sabe serlo.

Armand y Albert (Robin Williams y Nathan Lane en Una jaula de grillos, 1996)

Delitos: Suplantación, fraude y un vestuario espantoso.

Los hechos: Tomando el relevo de los grandes Michel Serrault Ugo Tognazzi (protagonistas de La jaula de las locas, 1978), el empresario Armand y su pareja drag queen se enfrentan aquí a la difícil tarea de convertirse en heteros, aunque sólo sea en apariencia, para no dar un disgusto al suegro de su hijo, un congresista republicano de línea dura. El director Mike Nichols echó su sensibilidad por la borda para hacer más sitio a la pluma de la insigne pareja y de su inolvidable mayordomo (Hank Azaria).

Maynard y Zed (Duane Whittaker y Peter Greene en Pulp Fiction, 1996)

Delitos: Secuestro, violación, asesinatos en serie, vehicular la homofobia tarantiniana.

Los hechos: Según las crónicas, el cabreo de Quentin Tarantino cuando el Festival deSundance decidió premiar a Mi Idaho privado en lugar de a su Reservoir Dogs fue de antología: “¡Esto no es un festival de cine indie, sino uno de cine gay!”, exclamó el hombre de la gran mandíbula cuando Gus Van Sant se llevó el galardón, gracias a su epopeya chaperil con River Phoenix Keanu Reeves. De modo que Tarantino decidió demostrar que a él la corrección política y el New Queer Cinema se la traían al pairo creando a estos dos rednecks asesinos y crueles hasta lo esperpéntico. Diremos en su favor, eso sí, que Maynard y Zed no son sólo responsables de la reconciliación entre Butch (Bruce Willis) y el capo Marsellus Wallace (Ving Rhames), sino que el filme también les debe (indirectamente) algunas de sus mejores frases Cuando escuchamos a Marsellus exclamar lo de “¡Practicaremos el medioevo con tu culo!” a un agonizante Zed, no podemos evitar pensar que el destinatario de la amenaza es el director de Mi nombre es Harvey Milk. ¡Quentin, que te pierdes!

Luke y Jon (Mike Dytri y Craig Gilmore en Vivir hasta el fin, 1992)

Delitos: Prostitución, robo, asesinato, gafapastismo.

Aunque ahora va de hetero por la vida, el director Gregg Araki se ganó a pulso en los noventa el título de chico más gamberro del New Queer Cinema, con permiso de Bruce LaBruce. Queda para probarlo este filme, apodado en su momento “la versión gay de Thelma y Louise”, con su historia de dos seropositivos empeñados en disfrutar al máximo antes de que la enfermedad acabe con ellos. ¿Que hay que follar sin condón? Pues vale. ¿Robar coches? Ningún problema. ¿Pegarle un tiro en la cabeza a un pasma homófobo? Ya están tardando. Y todo ello con música de The Smiths, Cocteau Twins Nine Inch Nails sonando a todo trapo. ¡Ay, qué modernos que somos!

Violet y Corky (Jennifer Tilly y Gina Gershon en Lazos ardientes, 1996)

Delitos: Conspiración criminal, asesinato, exhibición impúdica.

El supuesto cambio de sexo de Larry Wachowski (o Lana, según algunas fuentes) cogió a los espectadores de Matrix por sorpresa, pero dejó mucho menos asombrados a quienes habían visto este filme, debut de la cineasta transgénero y su hermano Andy. Con la premisa de llenar su película de sexo y violencia, los Wachowski llamaron a la activista lesbiana Susie Wright para coreografiar las escenas de sexo bollo entre Jennifer Tilly (esposa del gángster Joe Pantoliano) y la muy contundente estafadora Gina Gershon, dispuesta a provocar un baño de sangre por quítame allá una bolsa llena de billetes. Gracias a su dedicación, los hermanos consiguieron dos importantes logros: facturar un ejemplo muy solvente de noir contemporáneo… Y poner a la platea (sin distinción de géneros ni opciones) más caliente que los ladrillos de un horno.

El Nene y Ángel (Leonardo Sbaraglia y Eduardo Noriega en Plata quemada,2000)

Delitos: Atraco a mano armada, asesinatos, destrucción de fondos públicos.

Los hechos: Tras tanta pareja yanqui, bien está demostrar que los gays hispanoparlantes pueden ser tan criminales como los que más. Apodados ‘Los gemelos’ por su parecido físico, el psicópata Nene y Ángel, más racional pero de gatillo fácil, vivirán una dantesca huida por Argentina y Uruguay tras robar un banco. Su relación, tan demenciada como liberal, les permitirá incluso un menage à trois con la prostituta Leticia Brédice.

Omar y Dante (Michael K. Williams y Ernest Waddell en The Wire)

omar_dante

Delitos: Atraco a mano armada, asesinato, narcotráfico, hacer historia de la TV.

Los hechos: Eres negro y pobre. No tienes padres. Has nacido en el barrio más chungo de Baltimore y, para colmo, eres gay. Si tu reacción ante tanta miseria es convertirte en un ladrón temido igualmente por los narcos, la pasma y el público en general, ¡felicidades! Te has convertido en Omar Little, un personaje tan emblemático en la serie de David Simon como desgraciado en la cosa sentimental: sus novios (Brandon en la primera temporada, Dante en la segunda y Renaldo en la cuarta y la quinta) suelen pasarlas canutas, bien por obra de los traficantes como Stringer Bell, bien por el acoso de la policía. Eso sí: cuando alguien le toca un pelo a su pareja de turno, Omar multiplica su rabia asesina y está dispuesto a aliarse con el mismísimo agente McNulty, si hace falta.

Jay y Philip (Jim Carrey y Ewan McGregor en Philip Morris ¡Te quiero!, 2010)

Delitos: Estafa, evasión penitenciaria, amor sin barreras.

Los hechos: No por real, la historia de Steven Jay Russell y su amante Philip Morris es menos alucinante. Condenados ambos por estafa, iniciaron un romance en la cárcel y, cuando Philip fue liberado, su churri se fugó de prisión cuatro veces para estar con él. Apodado ‘Houdini’ por su facilidad para las evasiones, Russell ha usado estrategias como fingirse enfermo de sida, teñir su uniforme de verde usando tinta de rotulador (para hacerse pasar por un enfermero) y, en el colmo de los colmos, suplantar al magistrado que presidía su propio juicio… Actualmente, cumple 144 años de condena en la prisión de Fort Lauderdale, Texas. Harto de sus contínuas estratagemas, Philip Morris no quiere ni oír hablar de él.

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