La teoría del todo

“El amor es la única fuerza que trasciende el tiempo y el espacio”, decía Anne Hathaway en Interstellar. Esa frase que deseabas se hubiera tragado el agujero negro de la peli de Nolan, cobra sentido en la otra película sobre un astrofísico de la temporada, La teoría del todo. El amor es la fuerza que mueve este biopic que no sólo cuenta la historia del físico que mejor nos ha explicado lo inexplicable, sino la historia de Stephen y Jane Hawking y su lucha juntos durante más de dos décadas contra la enfermedad terminal de él (el ELA) por la que le aseguraron en 1963 que no viviría más de dos años –este enero cumplirá 73–.

La película de James Marsh está basada en las segundas memorias que escribió Jane, las más emocionales y en las que no soltaba la rabia por el final amargo del matrimonio en el que Stephen la dejó por una joven enfermera. La elección es una clara declaración bienintencionada de darle valor al amor por encima de todo, incluso de las teorías físicas y astrofísicas de Hawking explicadas a toda prisa en pizarras y con guisantes y patatas. “Donde hay vida, hay esperanza”, es una de sus grandes frases que Eddie Redmayne repite, con la voz sintetizada que Hawking les prestó, en la última fase de su impresionante transformación (más que interpretación) cuando ya sólo mueve dos músculos de la cara. En el trabajo del actor británico y el de Felicity Jones como Jane está en realidad la verdadera fuerza de esta historia de amor que trasciende el tiempo y el espacio (como a Hathaway le gustaría oír).