Cabo de Gata: un viaje entre desiertos, pueblos blancos y playas

Pueblo de Las Negras.
Pueblo de Las Negras.
Francisco José Martín Cabrera / iStock
Pueblo de Las Negras.

La naturaleza se exhibe en todas sus formas posibles en el Cabo de Gata. A un lado quedan las arenas del desierto de Tabernas. Al otro, también hay arena, pero ahora están bañadas por las aguas del Mediterráneo y forman las bellas playas de su costa. Salinas, chimeneas volcánicas, formaciones geológicas y un largo etcétera completan el paisaje de este mágico parque natural marítimo-terrestre.

Son muchas las opciones para experimentar el Cabo de Gata con todos nuestros sentidos, pero tal vez con una sola vida no sea suficiente. Por ello, su Oficina de Turismo recomienda a 20minutos aquello que no podemos perdernos en el lugar de ninguna de las maneras.

El imponente Faro de Gata

El punto más especial del parque natural no puede ser otro que su imponente faro. Este se construyó sobre las ruinas del castillo de San Francisco de Paula, que "formaba parte de la batería de defensa marítima de la costa de Almería", explican, y que fue destruido durante la Guerra de la Independencia. La atalaya se levantó en 1863 al borde de un acantilado de 50 metros y desde entonces ha sido el vigía de los barcos que se han acercado hasta el litoral.

Faro de Cabo de Gata.
Faro de Cabo de Gata.
Remedios / iStock

Y bajo el acantilado, emergen abruptamente del mar un conjunto de chimeneas volcánicas conocido como el Arrecife de las Sirenas. El nombre tiene origen en la cantidad de focas monje que habitaban el lugar, cuyos gritos los navegantes confundían con los cantos de sirena.

Las playas más idílicas

El mar de Alborán rompe sus olas en las costas del Cabo de Gata. A su llegada, esas aguas azules se topan con un paisaje árido de belleza singular y nos regalan un sinfín de playas y calas espectaculares. Una de las más extensas toma el nombre del cabo y deja a sus espaldas la explanada de las salinas. Nada más que paz y tranquilidad encontraremos aquí.

Playa de los Muertos.
Playa de los Muertos.
Juan Reig Peiro / iStock

La playa de los Genoveses, con su inmensidad de arena fina, o la de Mónsul, marcada por una duna de tamaño colosal, son otros de los tesoros que nos brinda el parque natural. Aunque no podemos olvidarnos de otros enclaves que nos cautivarán de igual manera, como la playa de Los Muertos o la de Los Escullos, donde encontraremos el icónico arco natural que se ha convertido en todo un símbolo en la zona.

Es difícil elegir entre un lugar u otro, pero todos comparten una belleza virgen, un ambiente tranquilo y un aura hechizante que nos infunde el deseo de pisar sus arenas de nuevo.

La vida tranquila de los pueblos

La naturaleza del Cabo de Gata es deslumbrante, pero no sería lo mismo sin los pueblos que salpican el lugar. En ellos la vida trascurre serena, como en pequeñas burbujas ajenas al mundo exterior. Tal vez el más popular de la zona sea la idílica villa de San José, que a pesar de ser "el centro del turismo en el parque natural", tal y como detallan, aún se aferra con fuerza a su esencia marinera y a esa arquitectura típica de casas blancas que contrastan con las suaves colinas y sus tonos negruzcos.

Pueblo de San José.
Pueblo de San José.
TONO BALAGUER / iStock

Aún más calmado e imperturbable es el ambiente en otros pequeños núcleos de población como Las Negras o La Isleta del Moro. Y es que en ellos no encontraremos más que barcas de pescadores movidas por el manso vaivén de las olas, bonitas playas de arenas oscuras y restaurantes con la más exquisita gastronomía de la zona. Pero la costa no el único lugar donde instalaron los pobladores de estas tierras; en el corazón del parque natural se alza la minúscula localidad de Rodalquilar, reconocida antaño por sus minas de oro.

Aunque tan solo moverse entre los pueblos ya supone una experiencia mágica. En estas tierras de cerros áridos y redondeados, las carreteras nos descubren un nuevo paisaje en cada curva. Y en lo alto de esas lomas, el asfalto se pierde de nuestra visión y solo nos queda el cielo como destino.

Rodalquilar.
Rodalquilar.
Lalocracio / iStock

En esa red de caminos es una parada obligatoria el Mirador de la Amatista, un balcón natural que nos regala una preciosa postal desde las alturas. Con el precipicio bajo nuestros pies, la inmensidad del mar se abre antes nuestros ojos y se funde con el cielo en un beso azul. El paisaje lo completa la silueta del Pico de los Frailes, un antiguo volcán que se alza a lo lejos como la elevación más alta de todo el parque.

Un sinfín de actividades en la naturaleza

Como es de esperar, en el Parque Natural de Cabo de Gata las actividades en la naturaleza son infinitas. Lo primero de todo son las increíbles rutas de senderismo que podemos hacer en la zona. Por ejemplo, la Oficina de Turismo nos recomienda aquella que nos lleva a lo largo de 11 kilómetros desde Las Negras hasta la pedanía de Agua Amarga, pasando por el Castillo de San Pedro y Cala El Plomo. Otro recorrido impresionante es el que nos adentra en la Caldera de Majada Redonda, un espectacular paisaje volcánico cubierto de palmito, pitas y chumberas. Igualmente,  podremos movernos entre los pueblos y playas siguiendo senderos naturales.

Peces junto a la costa.
Peces junto a la costa.
Damocean / iStock

Pero más allá de sus tierras, los planes acuáticos también se llevan la palma. Los ricos fondos marinos llenos de vida nos bridan el escenario perfecto para sumergirnos y descubrir las profundidades haciendo esnórquel o submarinismo. Allí esperan miles de peces, barcos hundidos, praderas de posidonia, corales y cuevas submarinas.

Y por supuesto, sobre la superficie podremos contemplar el Cabo de Gata desde una perspectiva única y hacer rutas en kayak, paseos en barco o recorrer la costa con una tabla de paddle surf.

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