La enfermedad mental que sufre Amber Heard tras los presuntos abusos de Johnny Depp

Amber Heard, testificando.
Amber Heard, testificando.
ELIZABETH FRANTZ / POOL
Amber Heard, testificando.

En el contexto del mediático juicio por difamación que actualmente tiene lugar en Fairfax (Virginia, Estados Unidos) entre la expareja de actores Johnny Depp y Amber Heard, se ha conocido que ella sufre trastorno de estrés postraumático, una enfermedad psiquiátrica, a consecuencia de los supuestos abusos físicos, psicológicos y sexuales de los que habría sido víctima por parte de él.

¿Qué es el trastorno de estrés postraumático?

El trastorno de estrés postraumático (normalmente abreviado en castellano como TEPT) es una enfermedad psiquiátrica desencadenada por una situación que pone seriamente en riesgo la integridad de una persona, o que resulta extremadamente aterradora para ella.

Así, por ejemplo, no es raro que se dé tras sufrir graves daños físicos, accidentes de circulación graves, agresiones o abusos sexuales, presenciar la muerte de un ser querido, presenciar o ser víctima de un ataque terrorista...

De hecho, dos grupos en los que este problema es especialmente prevalente son los veteranos de guerra y las víctimas de abusos o agresiones sexuales.

¿Cuáles son sus síntomas?

Según el DSM-5, el principal manual diagnóstico a nivel mundial en materia de enfermedades mentales, para determinar que un adulto o un niño mayor de seis años sufre TEPT debe darse una serie de condiciones.

Por una parte, tiene que haber habido una exposición a la muerte, a lesión grave o a violencia sexual, sea real o amenaza. Esto puede incluir la experiencia directa, presenciar la experiencia de otra persona, conocimiento de que los sucesos traumáticos le han ocurrido a alguien muy cercano o la exposición repetida o extrema a detalles especialmente repulsivos de los sucesos traumáticos (por ejemplo, en un contexto laboral).

Tras ello, debe aparecer al menos un síntoma de intrusión, como pueden ser los recuerdos angustiosos, recurrentes, involuntarios o intrusivos; los sueños angustiosos y recurrentes en los que el contenido está relacionado con el suceso vivido; las reacciones disociativas en las que el sujeto siente o actúa como si se repitieran los sucesos (que pueden producirse de manera continua, y en los casos más extremos llevar a la pérdida de conciencia del entorno en el que el paciente se encuentra); un malestar psicológico intenso o prolongado al exponerse a factores que recuerdan de alguna manera a los sucesos traumáticos o reacciones fisiológicas intensas ante estos mismos factores.

Es frecuente, igualmente, que se den conductas de evitación persistente de estímulos asociados a los eventos traumáticos (como podrían ser ciertos recuerdos, pensamientos o sentimientos; o bien personas, lugares, conversaciones, actividades, objetos, situaciones...)

En algunos casos, los sucesos provocan alteraciones negativas cognitivas y del estado de ánimo. Se consideran como tales la amnesia disociativa (especialmente cuando afecta a detalles del evento traumático o a la totalidad del mismo), las creencias o expectativas negativas sobre uno mismo o sobre el mundo, la percepción distorsionada persistente de la causa o las consecuencias del suceso, el estado emocional negativo persistente, la disminución importante del interés en ciertas actividades o una incapacidad persistente de experimentar emociones positivas.

Por último, pueden darse alteraciones de la alerta y la reactividad, como comportamiento irritable, arrebatos de furia (con agresiones verbales o físicas), comportamientos imprudentes o autodestructivos, hipervigilancia, respuesta de sobresalto exagerada, problemas de concentración o alteraciones del sueño.

Estos síntomas deben durar más de un mes, causar un malestar clínicamente significativo en lo social, lo laboral u otras áreas importantes del funcionamiento y no ser atribuible al uso de sustancias o medicamentos.

Cabe señalar que en los niños menores de seis años, es común que representen la experiencia traumática a través del juego.

¿Cómo se trata?

Como vemos, el TEPT es una afección muy compleja, que se manifiesta de manera diferente en cada persona. De la misma manera, cada paciente puede tener respuestas distintas a cada aspecto del tratamiento.

La estrategia, en líneas generales, se centra en la disminución de los síntomas, la prevención de complicaciones y la rehabilitación social y ocupacional del paciente.

Para ello, es preciso proporcionar alguna modalidad de tratamiento psicoterapéutico individual (normalmente, cognitivo-conductual) y, en ciertos casos, terapias de grupo y de familia.

Frecuentemente, esta línea se combina con el uso de psicofármacos como antidepresivos, ansiolíticos o estabilizadores del ánimo, e incluso antipsicóticos atípicos.

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